Los Mercantilistas de la Edad Moderna explicaban a sus
monarcas que para enriquecer a la nación era necesario subir los aranceles.
Había que evitar a toda costa la salida de oro asociada a las importaciones. La
ciencia económica surgió para desmentir la falacia escodida tras este argumento.
¡La economía no es un juego de suma cero! Lo que ganaba un país con sus
exportaciones no se hacía a costa de otros. En La Riqueza de las Naciones (1776)
Adam Smith defendió el libre comercio internacional: si cada país se
especializa en aquellos bienes sobre los que tienen alguna ventaja comparativa aumentará
la eficiencia y todos saldrán ganando.
Un siglo después Léon Walras demostró matemáticamente la
idea de Smith y se autopromocionó como candidato al Premio Nobel de la Paz (el
de Economía todavía no existía). Tras repasar los conflictos internacionales de
la época, Walras se percató que su origen común solía ser las guerras
comerciales. Como los políticos no estaban por la labor, la escalada de
aranceles no cesó hasta después de la Segunda Guerra Mundial, cuando se creó el
GATT, actual OMC (Organización Mundial de Comercio).
En esto llega Donald Trump con su caballo del siglo XV.
En su esfuerzo por volver a hacer grande a América no se le ocurre otra cosa que
imponer aranceles a diestro y siniestro: Canadá, Méjico, UE, China… El presidente
de los EE.UU. ha demostrado su ignorancia económica. Urge que sus asesores
económicos le recuerden los peligros de una vuelta al Mercantilismo. A saber: guerras
comerciales que bien podrían descontrolarse; caída del bienestar social pues los
ciudadanos se verían obligados a comprar bienes peores y más caros; pérdida de
la productividad... Trump debiera saber que lo mejor para impulsar la
eficiencia económica de las empresas que hicieron grande a América es
obligarles a competir en la economía internacional. Los equipos que juegan en
la Champions, dan fe de ello.
La Tribuna de Albacete /17/02/2025)