Donal Trump es (o cree ser) un
empresario que ha culmina su carrera en la Casa Blanca para gestionar el casino
del mundo. Si preguntamos a la IA los adjetivos que mejor describen a Trump aparecerían
los siguientes: impresentable, imprevisible, conservador, rompedor, osado, oportunista
… Dos preguntas para dos momentos diferentes: ¿Podemos dejar la dirección de
los EE.UU. (que es tanto como decir la del mundo) en personas como Biden y
Trump? Si los americanos han decidido lo contrario, ¿no podría esos presidentes
octogenarios consultar a personas más jóvenes, mejor preparadas técnicamente y
con fundamentos morales más firmes?
En
política interior, Trump ha perdido la vergüenza y el miedo de enfrentarse con
los absurdos de lo políticamente correcto. Utilizando sus competencias
presidenciales, se ha lanzado a desmontar los chiringuitos de la ideología de
género y a poner de manifiesto los sesgos de las organizaciones de la ONU que los
promovían. Lo ha hecho con la misma rapidez y osadía que los extremistas de
izquierda las impusieron en la Administración Biden. Tales medidas han
molestado a algunos, pero no han sorprendido a nadie: estaban denunciadas y
anunciadas.
Es la
política exterior la que está resultando más difícil de entender y digerir dentro
y fuera de los EE.UU., a izquierda y derecha. Tras la II Guerra Mundial el
equilibrio internacional se mantuvo por la rivalidad entre las dos grandes
potencias nucleares: los EE.UU. y la URSS; la OTAN y el Pacto de Varsovia. La sorpresa de la pasada semana es que, para
poner punto y final a la guerra de Ucrania, Trump invitó a Putin a desayunar en
Arabia Saudita. La OTAN ha quedado automáticamente bloqueada. Los ucranianos no
son parte interesada. La Unión Europea no existe. La geoestrategia a la que
estábamos acostumbrados ha dejado paso a las geo-ocurrencias. Cualquier cosa
puede esperarse … menos una paz duradera.
La Tribuna de Albacete (24/02/2025)