Desde la Segunda Guerra Mundial, EE.UU ha ejercido como
líder indiscutible de Occidente y, por ende, del mundo entero. Los demás han
respetado el liderazgo norteamericano por su superioridad económica y militar.
También por su buen ejemplo en la organización política (estado democrático de
derecho) y en el sistema económico (economía de mercado basada en la libertad
de empresa y el respeto a la propiedad privada).
Ya no. El gigante sigue ahí, pero tiene los pies de
barro. El duelo electoral entre Kamala Harris y Donald Trump ha puesto de
relieve lo avanzado del proceso de desmoronamiento. Quienes pensaban que Europa
debería copiar lo mejor de los EE.UU., contemplan estupefactos que son los americanos
quienes han copiado los peor de los europeos. La arena de la política se ha
convertido en un mercado persa dominado por quienes más gritan y mejor saben
mentir. El imperio de la ley ha dejado al sometimiento a lo políticamente
correcto. En la arena económica, la iniciativa privada ha sido desplazada por el
estatismo nacional y el proteccionismo exterior.
Kamala Harris solo se encontraba cómoda hablando de la
ideología de género y otros aspectos de la cultura woke que lleva
décadas corroyendo la sociedad norteamericana. Muchos de sus votantes
tradicionales, en particular, los hispanos y mujeres blancas, le han recriminado
que están hartos de tanta insensatez. La ideología de Donald Trump, es más
confusa y su actuación más imprevisible. Por la mañana alaba la iniciativa
empresarial; por la noche anuncia una subida de aranceles. Ante los hispanos
reconoce la necesidad que la economía tiene de inmigrantes; al cambiar de
auditorio, amenaza con deportaciones masivas. Promete acabar con todas las
guerras, pero no dice cómo.
El gigante americano seguirá dando tumbos en los próximos
años. La pregunta más acuciante sigue siendo: ¿Quo vadis, América?
La Tribuna de Albacete (11/11/2024)