lunes, 18 de noviembre de 2024

Ética arrojadiza (1)

No deja de sorprenderme el creciente interés de la cultura atea por presentar sus programas políticos bajo el marchamo de la ética. O inventar nuevos derechos y delitos que pronto se convertirán en dogmas. 

El lema más vitoreado por la izquierda radical resuena así: “Enterraremos los dogmas de la derecha radical creando derechos y más derechos”. Los presentan como un triunfo de la democracia que (¡oh, sorpresa!) nadie puede cuestionar. Como los columnistas de un periódico local estamos fuera del foco político, yo sí me tomaré la licencia de opinar al respecto. Mi opinión estará basada en los pilares que levantaron la civilización occidental. A saber: la ética judeo-cristiana, la filosofía griega, el derecho romano y el estado democrático de derecho alumbrado por la Ilustración.

Los principios y derechos fundamentales derivan de la dignidad de la persona. El derecho a la vida, la igualdad, y la libertad son, por tanto, anteriores a cualquier organización política. El Estado puede “declararlos”, no crearlos ni suprimirlos. Y si no estás de acuerdo, no te enfades cuando un nuevo Gobierno desmonte tu chiringuito.

Son principios generalistas, se aplican a todas las personas. Todo lo contrario de la cultura woke que identifica un grupo “marginado” para arroparlo con derechos exclusivos. Suelen ser grupos minoritarios. Pero si la suma de todos ellos (más simpatizantes) representa el 51% de los escaños del Parlamento puede resultar que las minorías exploten a la mayoría social de un país. Y lo que es más grave: que mayorías contingentes ahoguen la verdad sobre la persona humana.

El paso siguiente consiste en inmortalizar estos principios y derechos bajo el escudo de lo “políticamente correcto”. Quien se atreva a criticarlos es reo de muerte política y civil. Spoiler: Afortunadamente, se trata de un gigante con los pies de barro que sucumbirá bajo el peso de sus propias contradicciones.

La Tribuna de Albacete (18/11/2024)