Seguimos con el análisis de la ética política contemporánea que bien podría subtitularse “ética fluida” (encuentra siempre lo que te interesa) o “ética arrojadiza” (ideal para aplastar al enemigo sin perder el voto de la gente buena). En la primera entrega criticamos la osadía de ahogar los derechos fundamentales del ser humano con una capa de “derechos a medida del grupo que me vota”. En la segunda hablaremos de otra osadía no menos preocupante: tipificar el delito de odio.
El delito de odio se emplea como arma arrojadiza contra cualquier
grupo de extrema derecha (es decir, todos los que están a mi derecha), grupo que
se atreva a criticar las políticas de los gobernantes o les acuse de presuntos
delitos. Supongo que nadie se extrañará cuando la tortilla se dé la vuelta y el
nuevo Gobierno cuelgue el sambenito del odio sobre la extrema izquierda y acólitos.
El delito de odio supone un ataque en la línea de
flotación del Estado democrático de derecho. No solo quedaría anulada la
libertad de expresión sino la mismísima libertad de pensamiento. La primera
está recogida en la Constitución. La segunda es tan obvia como el derecho a
respirar. Nadie se había molestado antes en legislar sobre cuestiones obvias.
Imagino que quienes si pretender hacerlo ahora encargarán a la inteligencia
artificial delatar a aquellos cuyo rictus o tono de voz denote odio. Me temo
que ningún parlamentario o manifestante podrá librarse de ser acusado de este
delito. ¿Habrá celdas para tantos?
Las palabras de Cristo pueden ayudar a focalizar estos
problemas y actuar con coherencia. “No juzguéis y no seréis juzgados… porque la
medida que uséis la usarán con vosotros… Hipócrita: sácate primero la viga de
tu ojo; entonces verás claro y podrás sacar la mota del ojo de tu hermano”.
La Tribuna de Albacete (25/11/2024)