La noticia bomba de la semana pasada fue el acuerdo entre
PSOE y PP para la renovación del CGPJ. Un paso necesario hacia la
despolitización del poder judicial. Se logrará cuando los candidatos al CGPJ sean
elegidos por sorteo entre los jueces habilitados. Solo entonces acallaremos la queja
de los partidos minoritarios: “Y los de mi cuerda ideológica, ¿cuándo?”
El siguiente paso es la despolitización del Tribunal
Constitucional (TC). Resulta ineludible para detener el golpe de Estado en ciernes
que ha empezado con un cambio semántico. Hoy cualquier norma es constitucional
si así lo decide el TC, no importa cuán graves sean sus ataques a la letra y el
espíritu de la Ley Fundamental. Por supuesto, antes de dar tamaño giro, el
Gobierno se aseguró de tener mayoría absoluta entre los magistrados y un presidente
de absoluta confianza. Aquel que aseguró estar dispuesto a mancharse la toga
con el barro de la política.
La CE de 1978 es claramente garantista, como procede. Bastaría
consensuar alguna precisión al Título IX. Los 12 magistrados elegidos (con
mayoría de 3/5) por el Congreso, Senado, Gobierno y CGPJ se circunscribirían a
los 20 nombres elegidos por sorteo entre los juristas que, cumpliendo ciertas
condiciones, estén dispuestos a asumir la nueva responsabilidad.
Toquemos fondo. La pretensión de mezclar jueces con
diferentes “sensibilidades políticas” para que cada uno ataque la Ley
Fundamental desde su punto de vista, me parece tan peligrosa como exponer un
plato de nitroglicerina al sol de julio. Un TC independiente es el que se
atreve a decir al Gobierno y Cámaras legislativas: “Nuestra sentencia es el
resultado de aplicar la Constitución vigente. Si no están de acuerdo, les
conmino a emprender una reforma constitucional”.
La Tribuna de Albacete (1/07/2024)