Esta semana el Pleno del Parlamento Europeo ha elevado el aborto a la categoría de derecho fundamental e instado a la Comisión y al Consejo que lo incluyan en la Carta Europea. Los votos a favor fueron 336; en contra, 163; abstenciones, 39. Es difícil que esta propuesta se haga realidad pues para ello requeriría la aprobación de todos y cada uno de los países de la UE. Sí servirá para que los países donde el aborto ya está aprobado se apresuren a blindarlo en su Constitución para evitar futuras restricciones. Lo peor ya se ha hecho: banalizar el derecho a la vida, fundamento de los restantes derechos humanos.
Sorprende (y duele) que Europa se jacte de constitucionalizar
el derecho a eliminar la vida de un ser humano indefenso, acabar con el derecho
de objeción de conciencia del médico y con la libertad de pensamiento y
expresión los discrepantes. Sorprende que la U.E. no enfoque sus energías y
recursos en ayudar a las mujeres, al nasciturus y al recién nacido. La sociedad
que de verdad desee ayudar a la mujer ha de estar dispuesta a adoptar esos
niños en caso de que la madre se vea incapaz de criarlo y educarlo.
Además de destruir los pilares de Europa (derecho a la
vida, la igualdad entre nacidos y no nacidos y la libertad de objetar), la constitucionalización
del aborto propina una patada en la boca a todos los médicos que desde el 500
a.C. hasta hoy han pronunciado el juramento hipocrático. A saber: “… Jamás daré a nadie medicamento mortal
por mucho que lo soliciten ni tomaré iniciativa alguna de este tipo; tampoco
administraré abortivo a mujer alguna”.
¿Quo vadis, Europa?
(La Tribuna de Albacete, 15/04/2024)