No
deben de ser muchas las personas que se meten en la política para robar. Pero todo
parece indicar que, una vez dentro, la tentación que asedia a los políticos se
antoja irresistible. Justificaciones no les faltan: “Todos lo hacen, no voy a
ser menos que mi compañero”. “La presión y riesgos que soportamos los
políticos, bien merecen un complemento salarial”. “No busco tanto mi enriquecimiento
como asegurar el futuro de mi partido, el único que garantiza el progreso del
país”...
El
mejor caldo de cultivo para la corrupción se genera por la confluencia de tres
ingredientes: larga permanencia en el cargo; mucho dinero para robar, discrecionalidad
para manejar ese dinero. La pandemia de marzo 2020 juntó estos ingredientes y
el resultado es el que estamos descubriendo en marzo del 2024.
Larga
permanencia en el cargo. En el
2020, el PSOE acababa de llegar a la Moncloa pero conocía bien los entresijos
del poder y los medios para aumentarlo y perpetuarlo. A saber, multiplicar las
subvenciones para captar votantes; agasajar a los partidos minoritarios hasta
conseguir el apoyo de un diputado más que el bloque conservador. Tales circunstancias
no solo dan para corruptelas aisladas, sino para crear una trama de corrupción.
Cantidad
de fondos que se manejan. Un
pellizco aquí y otro allí pasan desapercibidos. Además, los fondos
extraordinarios que estamos considerando fueron concedidos graciosamente por la
Unión Europea. Aparentemente nadie pagaba ni se preocupaba por los pellizcos
asociados a las mascarillas.
Discrecionalidad
en el manejo del gasto público. En
circunstancias normales no resulta sencillo robar al erario público. Ha de
aprobarse un presupuesto de gastos e ingresos; el gasto ha de seguir un procedimiento
muy exigente; cada euro será fiscalizado por la intervención general del Estado
y el tribunal de cuentas. Las urgencias de una pandemia global justificaban relajar
estos controles. Así se hizo y ahora estamos viendo las consecuencias.
La Tribuna de Albacete (18/03/2024)