La
discusión sobre el aborto vuelve y revuelve. Clara señal de que no se ha
encontrado una solución adecuada. La semana pasada, en Castilla-León, levantó
ampollas la propuesta de Vox de autorizar a las mujeres embarazas a escuchar el
latido del corazón del feto. Los negacionistas de la vida humana arguyen que
ellos solo defienden un nuevo derecho de la mujer con amplio respaldo social. Sorprendentemente,
esta mayoría rechaza cualquier estudio serio en una mesa donde participen filósofos,
científicos y personas con sentido común. Me recuerdan la estrategia del avestruz. Cuando las avestruces intuyen
peligro, cavan un hoyo, esconden allí su cabeza … y desaparece el peligro.
Quienes
de verdad buscan una solución humana, y por tanto duradera, al drama del aborto
han de empezar por abrir los ojos y plantearse tres preguntas básicas. Primera:
¿acepto que la vida es un derecho fundamental del ser humano, anterior, por
tanto, a las mayorías sociales y los derechos creados por el Estado?
Segunda
pregunta: ¿Cuándo empieza la vida humana? ¿Acepto el veredicto de los científicos?
Porque, evidentemente, son los científicos, no los políticos, quienes deben
responder a esta pregunta. Dudo que en el mundo encontremos a diez genetistas
que se pongan de acuerdo en fijar un inicio de la vida humana diferente al de
la concepción.
Tercera
pregunta: Cualquier aborto refleja un drama personal y social. ¿Estoy dispuesto
a colaborar en favor de los más débiles (el nasciturus y la embarazada)? En
particular, ¿estoy dispuesto a ayudar psicológica y económicamente a las
embarazadas y colaborar en la adopción de los bebés no deseados? La verdad sin caridad no es verdadera, decía Benedicto
XVI.
Un
avestruz no es capaz de solucionar problemas tan delicados. Un ejército de avestruces,
tampoco.
La Tribuna de Albacete (23/01/2023)