“Queridos
alumnos, volvemos a sufrir una crisis de deuda. ¡Que sea leve!”. Con esta frase
clausuré el curso 2011-12 y volví a hacerlo hace unos días (curso 2021-22). ¿Habremos
aprendido algo en esos 10 años?
En
junio de 2012 la deuda y el déficit de las administraciones públicas españolas
representaron el 90 y el 11% del PIB, respectivamente. Como los mercados financieros
dudaban de la capacidad del Estado para devolverla, exigieron una prima de
riesgo de 626 puntos básicos (pb). Mientras Alemania podía colocar sus bonos a
10 años a un interés del 1%, España había de pagar 7,26%. A punto estuvimos de ser intervenidos, a
semejanza de Grecia, Portugal e Irlanda. Al final, la crisis se disolvió (que
no resolvió) con un nuevo préstamo de 45.000 millones de euros de los que
todavía nos queda por devolver la mitad.
En la
crisis de deuda de 2022 llovió sobre mojado. A pesar de los recortes
practicados desde 2012, el déficit siguió por encima del 4% y la deuda pública
no consiguió bajar del 90%. Con la Pandemia el déficit anual volvió a
sobrepasar el 10% y la deuda se disparó al 120%. Tamaño incremento solo fue
posible por el compromiso del BCE de comprar toda la deuda emitida por el
Gobierno español a un interés cero.
Por
suerte o por desgracia, las fiestas gratuitas suelen durar poco. El BCE ya ha decretado
el fin de la “barra libre de crédito” y ha recordado la obligación de
financiarse en los mercados a un interés positivo. Antes de que el BCE moviera
sus tipos, la prima de riesgo española ya ha subido 124 pb.
La deuda
en un flotador que te permite seguir nadando. Ahora bien, si ese flotador crece
y crece, acaba convirtiéndose en una losa para el nadador. La única
preocupación del Ministerio de Hacienda pasa a ser cómo refinanciar el próximo
pago de deuda. ¡Triste vida para los políticos adictos al gasto! ¡Dura vida
para los contribuyentes!
La Tribuna de Albacete (13/06/2022)