El pasado martes, el Consejo de Ministros aprobó el Real
Decreto que desarrolla la Ley Celaá en la ESO. Desaparecen las calificaciones
numéricas y los exámenes extraordinarios. Con independencia del número de
suspensos, los alumnos podrán promocionar si el claustro lo estima oportuno. La
Filosofía es sustituida por “Valores cívicos y éticos” cuyos temas estelares
son Ecofeminismo y Derechos LGTBQ+. La Historia dejará paso a la Memoria Democrática
donde no tienen cabida la Conquista de América, la Revolución Francesa y todo
aquello que tenga que ver con un pasado imperialista y burgués.
A mi entender, lo más lamentable de la reforma educativa es
el desconocimiento de la naturaleza humana que delatan estas reformas y
contrarreformas. Cuando empezaba mi periplo docente tuve la suerte de escuchar
a un profesor de ingeniería. “Es obvio que la mayoría de los alumnos van a la
ley del mínimo esfuerzo. Afortunadamente nos corresponde a nosotros poner el
listón a una altura razonable. Ya lo bajes, ya lo subas, constatarás que la
mayoría lo pasan por los pelos, unos pocos irán sobrados y otros se quedan
atrás. No confundir la ley del listón con el reglamento del listillo. Me
refiero a esos estudiantes, profesores y políticos que tratan de remediar la
ausencia de formación e interés bajando la exigencia académica”.
Los errores de una etapa educativa se trasladan a la siguiente.
Hoy eliminan los exámenes y las calificaciones en la ESO. Mañana habremos de hacer
otro tanto en el bachillerato y pasado mañana en la Universidad. ¿Y por qué no
suprimir exámenes tan memorísticos como el MIR y las oposiciones a la
magistratura? Nuestros políticos confunden teorización con memorización;
desconocen que no hay nada tan práctico como una buena teoría.
Afortunadamente, cualquier círculo vicioso pueden ser revertido
en uno virtuoso. Basta con que la comunidad educativa tenga un mínimo de
lucidez, voluntad y perseverancia.
La Tribuna de Albacete (3-04-2022)