Una duda me asaltó buscando explicaciones a la guerra de Putin: ¿Dónde he visto yo esta película?, ¿quién me la contó? No tardé en hallar la respuesta. “Crimen y castigo” de F. Dostoievski (1866). Fue la primera novela seria que leí; me marcó.
Raskolnicov era un estudiante tan racionalista como
orgulloso. En un momento dado llegó a la conclusión de que él era un hombre
superior y que esta superioridad le eximía del cumplimiento de las normas
morales. Estas eran para el populacho que precisa de la
disciplina moral para no enfrentarse con los demás en una guerra permanente.
Ni corto ni perezoso, el protagonista de la novela entró en la casa de
la vieja prestamista y la mató. No le interesaba el dinero. Lo único que
pretendía era demostrarse a sí mismo que era un “superhombre”, alguien por
encima del bien y del mal.
No debía serlo del todo pues la conciencia le remordía
hasta el punto de plantearse el suicidio. Afortunadamente tenía a Sonia, la
única persona a quien confesó el crimen. Siguiendo sus consejos, Raskolnicov se
arrepintió y se entregó a la policía. Junto a Sonia, empezará una vida… en
Siberia.
Veinte años después, F. Nietzsche agradece a Dostoievski la
imagen del superhombre que él daría vida en las obras emblemáticas de la
modernidad: “Muerte de Dios”, “Más allá del bien y del mal”, “El anticristo” … La
diferencia es que el filósofo alemán sí se suicidó para demostrarse que era libre
de toda atadura, empezando por la moral cristiana. El novelista ruso acertó a
comprender que la muerte de Dios implicaba la muerte del hombres en su huida desesperada.
Dostoievski entendió que el superhombre era un gigante
con los pies de barro; lo dejó tirado los suelos. Nietzsche lo sublimó
para reemplazar a Dios y sus mandamientos. Hitler mostró lo que pasa cuando el hombre se cree
capaz de marcar la frontera entre el bien y el mal. ¿Estará Putin inspirado por
Dostoievski?