El buen político y el buen surfista tienen una cosa en común: saben
aprovecharse de las olas propicias. La última consiste en crear una comisión
“independiente”, para juzgar los abusos de la iglesia católica a menores. Tras
varios meses con la comisión a cuestas, el político (*) oye la voz de su conciencia (-)
-¿Y de qué ha servido?
* Ha conseguido su objetivo fundamental: desprestigiar a la iglesia frente
a los pocos (o no tan pocos) que todavía confían en ella.
- ¿Reconocerás, al menos, que el negocio de las
comisiones se os han ido de las manos?
* Sí, por culpa de un traidor, el Congreso autorizó la investigación de los
abusos a menores por parte de sus señorías. Además, cada partido tenía derecho
a elegir una comisión “independiente” para investigar al partido rival. Cualquier
político podía ser condenado si una persona le acusaba de haberla “tocado” antes
de cumplir 18 años.
- ¡Los resultados estadísticos fueron de escándalo!
Mientras que el porcentaje de sacerdotes abusadores en los últimos 50 años no
llegaba al 1%, el porcentaje de parlamentarios superaba el 50%.
* Pero no acabó ahí la cosa. Tan entretenido resultaba el juego de las comisiones
que alguien propuso: “¿Por qué centrarnos en el sexto mandamiento? Analicemos
los delitos de odio incluidos en el quinto”. En el Hemiciclo se instaló una
cámara dotada de inteligencia artificial. Tras analizar las caras de sus
señorías, la máquina sentenció que el 100% de los diputados acumulaban niveles
de odio tres veces superior al permitido por la ley. Sólo se libró el diputado dormilón.
- ¿Y cómo piensa que acabará el experimento?
* Te lo diré cuando analice el informe de la Iglesia que acabamos de
recibir. Nos agradece el haber recordado a la ciudadanía la importancia de
cumplir los mandamientos de la ley de Dios. Concluye que, si uno quiere participar
de la inteligencia y justicia de Dios, antes ha de trabajar por conseguir un
corazón sensato y misericordioso como el suyo.