lunes, 5 de noviembre de 2018

Un mundo feliz



Los parlamentos del mundo avanzado empiezan a colapsarse por tantas leyes de ingeniería social que asumen. Mientras revisaba los últimos proyectos legislativos de nuestro país, me preguntaba: ¿Dónde he visto yo esta película? Al final caí en la cuenta que no era una película sino una novela escrita en 1931 por Aldous Huxley: “Un Mundo Feliz”. Cuatro son las columnas sobre las que descansa el nuevo mundo.
Eugenesia. El libro empieza con un paseo por el laboratorio de la vida donde nacían los seres humanos agrupados en clases o castas. Los alfa eran blancos, listos y guapos; nacidos para mandar. Los épsilon realizaban los trabajos más sucios y, sorprendentemente, sus genes estaban programados para que disfrutaran en esas tareas.  Como no podía ser menos, en los experimentos eugenésicos había que desechar muchos embriones; también niños. Pero, ¿a quién importaban semejantes nimiedades? 
Educación como propaganda y sugestión. La clonación de los individuos de cada casta hacía más fácil el control de la sociedad. El estado completaba el control a través de un sistema educativo basado en la propaganda y la sugestión (hipnopedia, consignas repetidas mientras los niños dormían en la escuela-hogar). En su tarea educativa, el estado no admitía competidores. La familia y la iglesia fueron las primeras instituciones proscritas. Por lo visto saber, que tienes una familia que te quiere como eres y te anima a ser mejor, era un factor desestabilizador. Todavía más peligrosa era la religión y por eso, y para no dejar huecos en el paisaje, decidieron amputar todas las cruces. Desde entonces la gente realizaba la señal de la “T” en vez de la señal de la cruz.  
Droga. ¿Y si alguien alguna vez se sentía triste o desmotivado? Para eso estaba la droga (soma). El sexo era la droga más barata y la más socorrida; podía practicarse a todas horas y con todos/as. En las guarderías se enseñaban juegos sexuales desde los siete años. Si un niño sentía vergüenza, era rápidamente derivado al psicólogo.
Eutanasia. En el Mundo Feliz de Huxley nadie moría de viejo. Y nadie se acordaba de esos ancianos feos y doloridos que podían dar una nota discordante y consumir recursos públicos. Con transfusiones de sangre joven, todos se mantenían atractivos hasta los setenta años. El día que los cumplían, eran “invitados” a un hotel de lujo, tomaban una pastilla y… ¡PLAS!, se acabó la pesadilla del mundo feliz.
 La Tribuna de Albacete (5/11/2018)