El 15 de septiembre de 2008 es una de las
fechas negras de la historia financiera. La caída de Lehman Brothers, el cuarto
banco de inversión de los Estados Unidos, arrastró a otras muchas entidades (financieras
y no financieras) a lo largo y ancho del planeta.
España fue una de los
países más afectados… y lo sigue siendo. Entre 2008 y 2018 el sistema bancario
español perdió el 40% de sus oficinas y el 30% de sus empleados. Las cajas de
ahorro, uno de los rasgos distintivos de nuestro sistema financiero, pasaron a
la historia.
En 2007 presumíamos de
tener saneada la hacienda pública con un 2% de superávit presupuestario y un
35% de deuda (en términos del PIB). En 2009 el déficit llegó al 10% y todavía
sigue por encima del 3%. A pesar de las políticas de austeridad, la deuda pública ha seguido creciendo hasta representar
el 100% del PIB. Es más fácil endeudarse que desendeudarse, sobre todo cuando
te exigen una prima de riesgo.
La tasa de paro es el
mejor indicador del sufrimiento infligido por las crisis económicas. En 2007
habíamos logrado situarla en la media europea (8,5%). Se disparó con la crisis
hasta llegar al 26% en 2009. Desde entonces ha bajado lentamente. Hoy supone el
16%, el doble de la UE.
Diez años después de la
caída de Lehman Brothers continúa la resaca en algunos países intoxicados por exceso de crédito. A la vista de los datos anteriores, resulta grotesco culpar
a los americanos de todos nuestros males. Es hora de poner la lupa en el
sistema económico español y en la política económica de nuestros gobernantes (y
los de la UE). Necesitamos empresas más competitivas e innovadoras. Un sistema
financiero que dé preferencia a las inversiones productivas. Y un sector
público más delgado y eficiente.
La Tribuna de Albacete (17/09/2018)