Es estos casos se demuestra la madurez
de una democracia y de las personas que hay detrás
La libertad
ideológica y la libertad de expresión están proclamadas por la Declaración Universal
de Derechos Humanos de 1948 y por la
Constitución española de 1978. Pero no basta con declararlas de una vez por
todas. Cada día habremos de respetarlas y hacerlas respetar. No siempre
resultará fácil, pues mi libertad acaba donde empieza la de los demás. Hemos de
estar preparados para tratar con serenidad y profundidad los conflictos de
libertades.
Basta
repasar la hemeroteca de los últimos meses para convencerse de la trascendencia
y actualidad de estos conflictos. ¿Puede
prohibirse la entrada en una universidad de una mujer cubierta con un velo? ¿Puede
el Estado o la FIFA prohibir banderas independentistas en un estadio de fútbol
o los pitos que impiden a otros escuchar el himno nacional?¿Pueden las Cortes
Valencianas (su ala izquierda) reprobar públicamente por homófobo a un Cardenal
que critica la ideología de género y defiende el derecho fundamental de los
padres a la educación moral de sus hijos? ¿Puedes llamar ladrón a un político
sin aportar ninguna prueba? ¿Puede prohibirse la pornografía impresa o el
pasearse desnudo por la playa?
Es
en este tipo de cuestiones donde se demuestra la madurez de una democracia y de
los grupos y personas que hay detrás. En principio, la libertad como derecho
fundamental. Quienes propongan limitarla aquí o allá habrán de demostrar que
hay motivos de peso para hacerlo. Nuestra Constitución incluye el orden público
y el derecho al honor personal entre los motivos limitadores. Habrá que esperar la sentencia de los
tribunales ante los conflictos de libertades o las denuncias por calumnias
personales. Para el resto de las situaciones lo deseable es que a unos
argumentos se respondan con otros o que se ponga en evidencia que, a falta de
argumentos, el contendiente recurre al insulto o los pitidos.
Lo que no resulta congruente es defender mi libertad
de expresión sin respetar la de los otros. Predicar la tolerancia ideológica y
no aceptar que critiquen mi ideología. Utilizar las instituciones para pontificar
contra los grupos y personas que en ese momento se encuentran en minoría. Entre las hipocresías más clamorosas de la sociedad actual destaca la imposibilidad de criticar todo lo que tenga que ver con la ideología de género. ¡Pobre de quién se atreva!
La Tribuna de Albacete 06/06/2016