La sonrisa de una persona que
sufre es más elocuente
que mil discursos piadosos justificando su muerte
No todo son malas noticias. La semana pasada
el Parlamento británico rechazó por 330 votos en contra y 118 a favor, la
legalización de la eutanasia. Todo un revés para la arrolladora cultura de la
muerte. Anoten dos detalles por si alguna vez la situación se presenta en
España: el voto fue libre y secreto; la sociedad civil se implicó a fondo en el
debate.
Argumentos
esgrimidos para la defensa del suicidio asistido, los habituales en los ataques
a la vida. El piadoso-lacrimógeno: hay que evitar el sufrimiento de los
desgraciados enfermos terminales. Como si los cuidados paliativos modernos y el
cariño de los seres cercanos no bastaran. El solidario: solo los ricos pueden
desplazarse a Suiza para que les suiciden. ¿Habremos que dar droga a los pobres
para que su tasa de mortalidad por sobredosis sea tan alta como la de los
ricos? El del punto final: desplazaremos un poquito la línea roja del derecho
fundamental a la vida y allí quedará para siempre. Ignoran (o pretenden que
ignoremos) que cuando esa línea se levanta de su posición natural tiende a
deslizarse por el plano inclinado de la comodidad.
De
la asistencia a un suicidio libre se pasa fácilmente a la inducción al suicidio
y al homicidio. Dos décadas de eutanasia en los Países Bajos suministran
abundantes ejemplos. Algunos herederos despiadados convencieron a sus padres de
las ventajas de una muerte digna. Los padres jóvenes, por su parte, ya están
autorizados para acabar con la vida de sus hijos cuando las deformaciones son
advertidas después del parto. ¿Cómo calificarían este acto? ¿Aborto retrasado, eutanasia
avanzada u homicidio puro y duro?
Con ley de eutanasia o sin ella, el suicidio seguirá entre
nosotros y las adversidades que algunos utilizan como excusa también. Las
diferencias nacionales se verán en la respuesta social. Mientras unas
sociedades propiciarán la solución fácil de la muerte, otras ayudarán a afrontar
las dificultades con una sonrisa. Para mí, la sonrisa de una persona que sufre es
más elocuente que mil discursos piadosos justificando su muerte. Demuestra que
la vida, cualquier vida y en cualquier momento, tiene sentido. Invitan a vivir,
a dejar vivir y a poner las condiciones que den sentido a la vida propia y
ajena.
La Tribuna de Albacete, 14 Septiembre 2015