lunes, 14 de septiembre de 2015

Vive y deja vivir

La sonrisa de una persona que sufre es más elocuente 
que mil discursos piadosos justificando su muerte

No todo son malas noticias. La semana pasada el Parlamento británico rechazó por 330 votos en contra y 118 a favor, la legalización de la eutanasia. Todo un revés para la arrolladora cultura de la muerte. Anoten dos detalles por si alguna vez la situación se presenta en España: el voto fue libre y secreto; la sociedad civil se implicó a fondo en el debate. 
                Argumentos esgrimidos para la defensa del suicidio asistido, los habituales en los ataques a la vida. El piadoso-lacrimógeno: hay que evitar el sufrimiento de los desgraciados enfermos terminales. Como si los cuidados paliativos modernos y el cariño de los seres cercanos no bastaran. El solidario: solo los ricos pueden desplazarse a Suiza para que les suiciden. ¿Habremos que dar droga a los pobres para que su tasa de mortalidad por sobredosis sea tan alta como la de los ricos? El del punto final: desplazaremos un poquito la línea roja del derecho fundamental a la vida y allí quedará para siempre. Ignoran (o pretenden que ignoremos) que cuando esa línea se levanta de su posición natural tiende a deslizarse por el plano inclinado de la comodidad.
                De la asistencia a un suicidio libre se pasa fácilmente a la inducción al suicidio y al homicidio. Dos décadas de eutanasia en los Países Bajos suministran abundantes ejemplos. Algunos herederos despiadados convencieron a sus padres de las ventajas de una muerte digna. Los padres jóvenes, por su parte, ya están autorizados para acabar con la vida de sus hijos cuando las deformaciones son advertidas después del parto. ¿Cómo calificarían este acto? ¿Aborto retrasado, eutanasia avanzada u homicidio puro y duro?
                Con ley de eutanasia o sin ella, el suicidio seguirá entre nosotros y las adversidades que algunos utilizan como excusa también. Las diferencias nacionales se verán en la respuesta social. Mientras unas sociedades propiciarán la solución fácil de la muerte, otras ayudarán a afrontar las dificultades con una sonrisa. Para mí, la sonrisa de una persona que sufre es más elocuente que mil discursos piadosos justificando su muerte. Demuestra que la vida, cualquier vida y en cualquier momento, tiene sentido. Invitan a vivir, a dejar vivir y a poner las condiciones que den sentido a la vida propia y ajena.


La Tribuna de Albacete, 14 Septiembre 2015