La "Escuela de Atenas", pintada por Rafael in 1510,
puede darnos alguna pista para revitalizar a la Unión Europea
Estamos
conmemorando el centenario de la I Guerra Mundial y el 75 aniversario de la II
Guerra Mundial. Poco que celebrar. Mucho que recordar. La memoria ha de
mantenerse viva para tener presente todo lo malo y lo bueno de que es capaz el
ser humano. Las dos guerras mundiales suscitaron la Declaración de Derechos
Humanos de 1948 y al Tratado de Roma de 1957, germen de la actual Unión
Europea.
Estos
principios (principios en el doble sentido de la palabra) fueron recordados, el
pasado martes, por el Papa Francisco en su discurso ante el Parlamento Europeo.
“En el centro de este ambicioso proyecto político se encontraba la confianza en
el hombre (…) como persona dotada de una dignidad
trascendente”. “Promover la dignidad de la persona significa reconocer que
posee derechos inalienables, de los cuales no puede ser privada arbitrariamente
por nadie y, menos aún, en beneficio de intereses económicos”. “Hablar de la dignidad trascendente del hombre,
significa apelar a su naturaleza, a su innata capacidad para distinguir el bien
del mal (…); significa sobre todo mirar al hombre no como un ser absoluto, sino
un ser relacional”. No podemos
consentir, concluyó, que Europa se convierta en un espléndido museo poblado de
individuos solitarios y tristes. Ni que el Mediterráneo acabe siendo el cementerio
de los inmigrantes que ansían la tierra prometida.
“Cómo devolver la esperanza al
futuro, de manera que, partiendo de las jóvenes generaciones, se encuentre la
confianza para perseguir el gran ideal de una Europa unida y en paz, creativa y
emprendedora, respetuosa de los derechos y conscientes de los propios deberes?”
La Escuela de Atenas, pintada por
Rafael en 1510, puede darnos alguna pista para revitalizar a la UE. El dedo de
Platón apunta hacia lo alto, al mundo de las ideas e ideales. La mano de
Aristóteles se extiende hacia delante, a la realidad concreta de unas personas que
reclaman nuestra asistencia. “El futuro de Europa, concluyó el Papa, depende
del redescubrimiento del nexo vital e inseparable entre estos dos elementos.
Una Europa que no es capaz de abrirse a la dimensión trascendente de la vida es
una Europa que corre el riesgo de perder lentamente la propia alma y también
aquel ‘espíritu humanista’ que, sin embargo, ama y defiende”.
La Tribuna de Albacete (1/12/2014)