Esos valencianos están locos, queman dinero
Imaginemos
que un turista australiano llega a Valencia el 18 de marzo a mediodía, justo
para oír la mascletá y dejar de oír a partir de ese momento. Por la noche,
cuando sus tímpanos empezaban a recuperarse, son vapuleados de nuevo por los
2.500 kilos de pólvora que dan sonido a los castillos de fuego. El día de San
José lo dedica a fotografiar las maravillosas fallas levantadas en todas las
plazas. A las doce de la noche envía este whatsapp a sus amigos australianos:
“Por favor, borrad las fotos de los monumentos que os he ido enviado a lo largo
del día. Acaban de ser quemados. ¡Estos valencianos están locos: queman dinero;
peor aún, queman las obras de arte que han construido a lo largo del año con
mucho ingenio, trabajo y dinero!”
Si un
fallero le interceptara el mensaje se apresuraría a replicar: “Una falla
pequeña puede costar 5.000 euros; las mayores más de medio millón. Pero cada
asociación fallera costea su monumento mediante la venta de lotería,
subvenciones públicas, ayudas de promotores o premios. El día 20 de marzo el
contador se vuelve a poner a cero”.
Nuestro atónito
turista no queda del todo satisfecho. “Aunque el dinero que queméis pertenezca
a otros valencianos, las fallas siguen siendo un despilfarro”. “Valencianos y
no valencianos –respondería el fallero–. El año pasado el gasto total en las
fallas ascendió a 7,7 millones de euros y los ingresos (directos e indirectos)
que generaron para la comunidad valenciana a lo largo del año se cifraron en
750 millones. Los agricultores exportan naranjas. Los falleros importamos un
millón de turistas”.
Nuestro buen
australiano acabó alabando el ingenio químico y económico de los valencianos.
Yo todavía no me rindo. Si los turistas pagan con creces las fallas valencianas,
el agujero económico saldrá a relucir en el resto de las regiones o países de
donde proceden. La pregunta de fondo es:
¿Qué pasaría si una parte creciente del PIB mundial fuera quemada al estilo
valenciano? Disminuiría el bienestar de los ciudadanos, a no ser que el gozo de
los “pirómanos” superara la tristeza de los que se habían hecho ilusiones de
comer algo más nutritivo. Disminuiría también el crecimiento “potencial” de la
economía de donde deriva el bienestar de las generaciones futuras.
Para
descargo de los valencianos hay que aclarar que el PIB quemado en las fallas
valencianas es insignificante con relación a los de los recursos “quemados” en
publicidad que no alimenta (por mucho que digan que la Coca-Cola es la chispa
de la vida) y en armas que, en el mejor de los casos, acaban oxidadas en los
arsenales. En 2013 nuestras empresas gastaron en publicidad once mil millones
de euros (algo más del 1% del PIB español). El gasto anual en defensa representa
una cifra similar. Para consuelo de tontos: el presupuesto de defensa de los
EE.UU. asciende al 4.2% de su PIB; el de Israel al 5,7%; el de Arabia Saudita
al 8%.
No estoy
cuestionando la conveniencia de la publicidad ni de un ejército bien armado. Me
limito a indagar sobre las consecuencias económicas de destinar una parte de la
renta a “gastos improductivos”, como decían los antiguos. Una conclusión es
clara: a medida que sube el peso relativo de estos gastos disminuye el
crecimiento “potencial” que, como hemos advertido, es la fuente del bienestar
futuro. Pero tal vez no sea lícito plantear estas cuestiones en el marco de una
economía virtual, sin problemas de demanda efectiva. El crecimiento “efectivo”
podría ser menor que el actual si el ahorro que absorben esos gastos
improductivos quedara atesorado en una caja por falta de demanda que justifique
nuevas inversiones. Tampoco hay que olvidar que, hemos optado por una economía
de iniciativa privada, donde cada individuo y cada estado es libre de gastar su
dinero como quiera y donde quiera. Una economía de ese tipo tiene sus pros y
sus contras. Mientras yo me aclaro, el lector puede seguir su marcha. Enjoy
Coca-Cola! ¡Disfrute las Fallas!
La Tribuna de Albacete (19/03/2014)