¿Defenestrar a los ordenadores y robots
antes de que nos dejen sin trabajo?
Llegué a Albacete hace
dos largas décadas. A la entrada del edificio Macanaz, donde iba a trabajar
como profesor, había dos amplios espacios con siete u ocho personas
dedicadas a la gestión del alumnado de
Derecho y Economía respectivamente. Hoy los locales se emplean para otros menesteres
que pueden cambiar de un año a otro. Los alumnos se gestionan a sí mismos desde
el ordenador de su habitación. Yo dormía tranquilo pensando que los profesores
estábamos a salvo de la revolución informática. Perdí la tranquilidad hace unos
meses al ver que mi hijo seguía desde su portátil una clase de Matemáticas impartida
altruistamente para todo el mundo por un profesor de Harvard. Mi preocupación ha aumentado esta semana al leer
un estudio de la Universidad de Oxford sobre el futuro del empleo. En dos
décadas, concluyen Frey y Osborne, el 47% de los empleos actuales, incluyendo
algunos muy cualificados, será realizado por ordenadores y robots inteligentes.
¿Qué hacer? ¿Defenestrar a los ordenadores y robots antes
de que nos dejen sin trabajo? Eso es lo que hicieron con las máquinas textiles
los movimientos ludistas del siglo XIX. Joseph Schumpeter pidió paciencia. Se
trataba de una “destrucción creadora”, explicó. Los empleos que se perdían en
la agricultura y la artesanía serían compensados con creces en las manufacturas.
Así fue. A partir de mediados del siglo XX la imparable mecanización de la
industria forzó un segundo desplazamiento hacia los servicios privados y
públicos. ¿Dónde irán las personas actualmente empleadas en servicios cuando
los consumidores puedan cubrir la mayoría de sus necesidades con un “click” desde
el ordenador de su casa? Este es el reto que plantean las TIC (tecnologías
de la información y comunicación).
La “destrucción creadora” no es ninguna ley
económica. Se trata simplemente de uno de los resultados posibles. Se verificó en
las dos primeras revoluciones tecnológicas pero no tiene por qué cumplirse en
la tercera. Se exagera, por otra parte, al afirmar que la tecnología ha
multiplicado el empleo. Hoy trabajan en Europa muchas más personas que hace un
siglo pero el número de horas trabajadas apenas ha cambiado. Explicación: el progreso
técnico se ha traducido en un aumento del salario y una reducción de la jornada
laboral. El mecanismo puede ser seguir siendo útil aunque algunas
circunstancias disminuyen su eficacia. El número absoluto y relativo de empleos
potencialmente amortizables en el sector servicios supera en mucho a los que
desaparecieron el siglo pasado en la manufactura y hace dos siglos en la
agricultura. La coyuntura económica tampoco es la más propicia. En épocas de
prosperidad la reducción de la jornada era aplaudida por todos pues no acarreaba
la reducción de sueldo. En la situación actual, los trabajadores ocupados
debieran repartir empleo y sueldo. ¿Estarán por la labor?
No me cabe la menor duda de que la creatividad del
ser humano será capaz de descubrir nuevos yacimientos de empleo. Me temo, sin
embargo, que la forma de trabajar será muy diferente a la que vemos y soñamos. Muchas
personas de mi generación entraron en la Ford, Telefónica o la Administración a
los 16 años (a los 22 si eran licenciados). Aspiran a jubilarse en esas mismas
empresas con un sueldo que ha ido aumentando a medida que acumulaban trienios. Esas
personas se desplazan a la fábrica u oficina de lunes a viernes en horario de
mañana o de tarde… y en agosto todos a Benidorm. La generación de nuestros
hijos (los que hoy están en el instituto o la universidad) no lo tendrá tan
fácil. Habrán de crear su propia empresa y asociarse con otras para minimizar
costes. Su éxito se medirá por el número de empresas creadas a lo largo de su
vida que equivaldrá, grosso modo, al
número de quiebras. La mayor parte del trabajo será ejecutado desde su casa a
través del ordenador. El horario y las vacaciones variarán enormemente de una
persona a otra y de un año al siguiente.
¿Avance o retroceso? Depende de
quién lo mire y cómo lo mire. Algunos se quejarán de la precariedad del empleo.
Otros rotularán orgullosos en su tarjeta de vista: “Empresario autónomo sin
peligro de desidia o aburrimiento”. Con independencia de cómo juzguemos la
situación, todos hemos de aceptar que este es el tren de las nuevas tecnologías
de la información y comunicación; quien no se suba a tiempo quedará en el andén.
La Tribuna de Albacete (12/02/2014)