miércoles, 12 de febrero de 2014

Trabajador precario o empresario autónomo

¿Defenestrar a los ordenadores y robots 
antes de que nos dejen sin trabajo?

                  Llegué a Albacete hace dos largas décadas. A la entrada del edificio Macanaz, donde iba a trabajar como profesor, había dos amplios espacios con siete u ocho personas dedicadas  a la gestión del alumnado de Derecho y Economía respectivamente. Hoy los locales se emplean para otros menesteres que pueden cambiar de un año a otro. Los alumnos se gestionan a sí mismos desde el ordenador de su habitación. Yo dormía tranquilo pensando que los profesores estábamos a salvo de la revolución informática. Perdí la tranquilidad hace unos meses al ver que mi hijo seguía desde su portátil una clase de Matemáticas impartida altruistamente para todo el mundo por un profesor de Harvard.  Mi preocupación ha aumentado esta semana al leer un estudio de la Universidad de Oxford sobre el futuro del empleo. En dos décadas, concluyen Frey y Osborne, el 47% de los empleos actuales, incluyendo algunos muy cualificados, será realizado por ordenadores y robots inteligentes.
                ¿Qué hacer? ¿Defenestrar a los ordenadores y robots antes de que nos dejen sin trabajo? Eso es lo que hicieron con las máquinas textiles los movimientos ludistas del siglo XIX. Joseph Schumpeter pidió paciencia. Se trataba de una “destrucción creadora”, explicó. Los empleos que se perdían en la agricultura y la artesanía serían compensados con creces en las manufacturas. Así fue. A partir de mediados del siglo XX la imparable mecanización de la industria forzó un segundo desplazamiento hacia los servicios privados y públicos. ¿Dónde irán las personas actualmente empleadas en servicios cuando los consumidores puedan cubrir la mayoría de sus necesidades con un “click” desde el ordenador de su casa? Este es el reto que plantean las TIC (tecnologías de  la información y comunicación).
                La “destrucción creadora” no es ninguna ley económica. Se trata simplemente de uno de los resultados posibles. Se verificó en las dos primeras revoluciones tecnológicas pero no tiene por qué cumplirse en la tercera. Se exagera, por otra parte, al afirmar que la tecnología ha multiplicado el empleo. Hoy trabajan en Europa muchas más personas que hace un siglo pero el número de horas trabajadas apenas ha cambiado. Explicación: el progreso técnico se ha traducido en un aumento del salario y una reducción de la jornada laboral. El mecanismo puede ser seguir siendo útil aunque algunas circunstancias disminuyen su eficacia. El número absoluto y relativo de empleos potencialmente amortizables en el sector servicios supera en mucho a los que desaparecieron el siglo pasado en la manufactura y hace dos siglos en la agricultura. La coyuntura económica tampoco es la más propicia. En épocas de prosperidad la reducción de la jornada era aplaudida por todos pues no acarreaba la reducción de sueldo. En la situación actual, los trabajadores ocupados debieran repartir empleo y sueldo. ¿Estarán por la labor?
                No me cabe la menor duda de que la creatividad del ser humano será capaz de descubrir nuevos yacimientos de empleo. Me temo, sin embargo, que la forma de trabajar será muy diferente a la que vemos y soñamos. Muchas personas de mi generación entraron en la Ford, Telefónica o la Administración a los 16 años (a los 22 si eran licenciados). Aspiran a jubilarse en esas mismas empresas con un sueldo que ha ido aumentando a medida que acumulaban trienios. Esas personas se desplazan a la fábrica u oficina de lunes a viernes en horario de mañana o de tarde… y en agosto todos a Benidorm. La generación de nuestros hijos (los que hoy están en el instituto o la universidad) no lo tendrá tan fácil. Habrán de crear su propia empresa y asociarse con otras para minimizar costes. Su éxito se medirá por el número de empresas creadas a lo largo de su vida que equivaldrá, grosso modo, al número de quiebras. La mayor parte del trabajo será ejecutado desde su casa a través del ordenador. El horario y las vacaciones variarán enormemente de una persona a otra y de un año al siguiente.
                ¿Avance o retroceso? Depende de quién lo mire y cómo lo mire. Algunos se quejarán de la precariedad del empleo. Otros rotularán orgullosos en su tarjeta de vista: “Empresario autónomo sin peligro de desidia o aburrimiento”. Con independencia de cómo juzguemos la situación, todos hemos de aceptar que este es el tren de las nuevas tecnologías de la información y comunicación; quien no se suba a tiempo quedará en el andén.

La Tribuna de Albacete (12/02/2014)