Nuestra propia experiencia
también nos confirma que el amor siempre vale la pena
Si un extraterrestre visitara nuestro planeta por Navidad
quedaría perplejo. ¡No es para menos! Pronto
enviaría a sus congéneres un SMS: “¡Los humanos se han vuelto locos!” ¿A qué
viene, preguntaría, tanto estruendo y tanta luminaria al precio actual de la
energía? ¿Qué justifica tanto derroche en comidas y regalos que acaban en el
basurero? ¿Y el trasiego, el de los carteros, distribuyendo tarjetas de ida y vuelta?
Le
explicarían que los humanos celebran el 2014 aniversario de alguien muy
importante. Tan importante que reseteó el calendario de la humanidad y recuperó
esos valores que hoy nos deseamos en las tarjetas navideñas: amor, paz,
alegría, esperanza… Nuestro extraterrestre empezaría a entender. Pero cuando le
explicaran quien es el Mesías mandaría un segundo SMS: “¡Dios se
ha vuelto loco!”
El colmo de su desconcierto llegaría al ver que a
primeros de enero se retiran las luces y todos vuelven a la cruda realidad con
el mismo espíritu egoísta… y algún que otro kilo de más. Su último mensaje sería:
“La locura de Dios no ha podido con la locura de la humanidad. Por eso la Navidad
se ha convertido es una manifestación más del folklore que necesita la especie
humana para olvidar su triste condición. No vale la pena seguir indagando”.
A decir verdad, el misterio de la Navidad fue motivo
de desconcierto, por no decir escándalo, hasta para los propios discípulos de
Cristo. Uno de los textos que más me impresionan de la Biblia es el que abre el
evangelio de Juan: “En principio ya existía la Palabra. En la Palabra había
vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la
tiniebla no la recibió (…) Al mundo vino (…) y el mundo no la conoció. Vino a
su casa y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da
poder para ser hijos de Dios”
La Palabra alude al Dios creador que desea
comunicarse personalmente con la más perfecta de sus criaturas. El hombre,
haciendo un mal uso de la libertad que le fue dada, prefiere taparse los oídos.
Para que todos puedan verle y seguirle Dios decide acampar entre nosotros, llama a la
puerta de nuestras casas ... que permanecen cerradas. El mundo vive en tinieblas. Él es la
luz que iluminará nuestro camino para evitar que choquemos unos con otros y con
los trastos que hemos fabricado y amontonado. Pero la humanidad prefiere seguir
en sus tinieblas. ¡Drama de la libertad!
¿Fue inútil la venida de Cristo? No, concluye Juan.
Quienes le recibieron y reciben pueden vivir como hijos de Dios y saborear los
más ricos y puros frutos de la condición humana. Paz interior, que florece
hasta en las trincheras donde silban las balas de plomo o de palabras
injuriosas. Alegría profunda, incluso en medio del dolor físico y moral.
Esperanza tranquila, que ni los noticieros logran barrer. En sus escritos, Juan
recordará que viviremos con Dios si cumplimos los mandamientos que Jesús
resumió así en la última cena: “Amaos unos a otros como yo os he amado”.
A nosotros, como los judíos del
siglo primero, nos fascina la figura del mesías libertador. Con un golpe de
espada o de varita mágica hubiera eliminado todas las injusticias y nos
hubiera devuelto al paraíso perdido. El Mesías enviado por Dios hace 2014 años
es como nosotros; todavía más pequeño y pobre si cabe. Para colmo, Dios respeta
nuestra libertad de acogerlo, ignorarlo o matarlo. Deja claro, eso sí, que solo
siguiendo los pasos de Cristo podremos conseguir la paz, alegría, esperanza que
todos anhelamos. Los que han llegado hasta el final, los santos, dan fe de que
la Navidad ha valido la pena. Nuestra propia experiencia también nos confirma
que el amor siempre vale la pena.
La Tribuna de Albacete (08/01/2014)