La guillotina es, ciertamente,
el remedio más eficaz
contra el dolor de cabeza
Hace un mes
Bélgica dio el primer paso hacia la eutanasia de menores. Previsiblemente la
norma será aprobada por el Senado en otoño, justo antes de las elecciones. Los
promotores de la ley confían en atraer el voto de muchas personas benevolentes
que desean evitar sufrimientos insoportables a los niños.
Holanda fue
el primer país que legalizó la eutanasia para niños (2004). Para este tipo de
decisiones, los holandeses han adelantado la mayoría de edad a los 16 años. Los
adolescentes, entre 12 y 16 años, precisan el consentimiento de los padres. La
decisión de acabar con la vida de los menores de esta edad (desde el mismo día
del nacimiento) corresponde a los padres. ¿Quiénes mejor que ellos para decidir
si la vida de un niño enfermo tiene sentido? Todo eso, por supuesto, avalado
por un médico competente y que solo busca el bien de la humanidad.
Noticias
como estas, cuya recurrencia aumenta con el paso del tiempo, me plantean una
duda existencial, de esas que quitan el sueño: ¿Estamos hablando de eutanasia
de menores o de aborto de mayores?
Nos guste o
no, los argumentos esgrimidos en defensa del aborto podrían ser utilizados para
defender la eutanasia de menores al estilo holandés o belga. El motivo eugenésico
justifica que una madre pueda abortar cuando se descubre un defecto físico en
el feto. ¿Seremos tan crueles como para condenar a ese niño a caminar cojo y
bizco toda su vida, si esos defectos se descubren al nacer? Vayamos al motivo
habitual, el que acoge al 90% de los abortos: riesgo para la salud psíquica de
la madre. Si ese riesgo justifica abortar en el primer, segundo o tercer mes
del embarazo, ¿por qué negarlo en los últimos meses del embarazo? Y ¿por qué no
admitirlo en los primeros meses de vida cuando la madre suele sufrir una
depresión y el padre no está por la labor?
Lejos de mí
intención banalizar asuntos como el aborto o la eutanasia. Constituyen para mí
la peor de las gangrenas de la sociedad contemporánea. Si la gente se
acostumbra a ver normal la aniquilación de un niño en el vientre de la madre o rodeado
de sus padres a los pocos días de nacer, ¿qué le escandalizará y qué le
detendrá? Me inquieta sobremanera que propuestas tan inhumanas conciten tanto
apoyo social y sean utilizadas por los políticos como reclamo electoral. No
estamos hablando del doctor muerte o de políticos sanguinarios. Hablamos de ciudadanos
normales que, sin duda, me superan en muchos aspectos.
Mi discurso
va dirigido a estas personas. Trata de animarles a que piensen por sí mismas
hasta llegar al fondo del asunto y descubrir allí una vida humana; sí una vida
como la tuya o la mía. El hombre es un fin en sí mismo; no podemos convertirlo
en un medio al servicio de ningún fin, Kant dixit. Sí Kant, el profeta de la moderna
filosofía atea.
Mi discurso
trata de superar la ingenuidad de quienes piensan que es posible abrir un
boquete en la pared frontal de una presa y regular el agua con un grifo. El agua acabará haciendo saltar el grifo y
reventando la misma presa. Lo mismo pasa con el derecho a la vida. Las
excepciones acaban siendo válvulas de escape por donde pasa lo imaginable y lo
inimaginable. ¿Acabaremos todos engullidos por esta cultura de la muerte?
Mi discurso
va dirigido a las personas sensatas que buscan solucionar los problemas de raíz,
que es algo diferente a cortar las raíces y cargarse el árbol. La guillotina
es, ciertamente, el remedio más eficaz contra el dolor de cabeza. Pero, ¿no
habrá soluciones más humanas? Prefiero
que mis impuestos se canalicen a aliviar el dolor, curar las enfermedades y
erradicarlas una enfermedad tras otra. Estoy también dispuesto a acompañar a
las personas imposibilitadas y enfermos compartiendo sus alegrías y penas.
Cuando lo he hecho he descubierto que no son menos felices que nosotros. Los
peores sentimientos de soledad y de angustia brotan del egoísmo. El egoísmo
individual y colectivo es lo que estamos abonando con leyes como la del aborto
o la eutanasia.
La Tribuna de Albacaete (22/01/2014)