miércoles, 3 de julio de 2013

La paradoja Noruega

Estudios que, de puro sentido común, resultan subversivos

Los directivos de los institutos noruegos de igualdad de género están consternados. A pesar de tanta inversión en escuelas y medios de comunicación para demostrar que no hay diferencias entre hombres y mujeres, a pesar de haber sido laureada por la ONU como el país más igualitario del mundo, a pesar de los pesares la sociedad noruega se resiste a cambiar. La gente de la calle sigue pensando que los hombres y mujeres difieren en sentimientos, preferencias y otras cosas que van más allá del aparato reproductivo. Y, lo que es peor, esos pensamientos se traducen en comportamientos peculiares y en sesgos profesionales inadmisibles. El noventa por cien del personal clínico son mujeres. El noventa por cien de los trabajadores en la construcción, desde peones a ingenieros, son hombres. El ideal del 50/50 en todos y cada uno de los sectores y profesiones parece alejarse con el tiempo. El sesgo profesional es incluso mayor que en los países emergentes, como la India, donde las mujeres informáticas se cuentan por cientos de miles. Esta es la paradoja noruega o paradoja de la igualdad de género: cuanto más rica, progresiva e igualitaria es una sociedad más se remarcan las diferencias de conducta entre hombres y mujeres.
                El periodista Harald Eia se decidió a descifrar el enigma, saltándose el protocolo del instituto de igualdad que no admite más causas que las de origen cultural. Sabedor de que en Los Ángeles se había realizado un macroestudio sobre el tema del sesgo profesional, tomó un avión para entrevistar a Richard Lippa. Su grupo de investigación había distribuido doscientas mil entrevistas en 53 países de los cinco continentes con una pregunta muy simple: “¿Qué te gustaría ser de mayor”. Aunque hombres y mujeres estaban representados en todas las profesiones, el sesgo era evidente. Las profesiones con un fuerte contenido mecánico y numérico atraen a muchos más hombres. Las mujeres se sienten especialmente inclinadas hacia trabajos donde priman las relaciones sociales y el trato personal (sanidad, educación, relaciones laborales…) El profesor Lippa concluyó: “Por supuesto que la cultura influye, pero aquí estamos hablando de coincidencias entre 53 culturas diferentes. Algo biológico debe haber detrás”.
        ¿Biología? Ni corto ni perezoso Harald fue a la caza de científicos especializados en el comportamiento humano. Trond Diseth, profesor de Psiquiatría en el Hospital Nacional de Noruega, le explicó su experimento con niños de 9 meses: “Les dejamos solos en una habitación con todo tipo de juguetes y observamos que las tendencias entre niños y niñas están muy marcadas”. Simon Baron-Cohen, de la Universidad de Cambridge, llegó a la misma conclusión con bebés recién nacidos. “Los niños fijan su mirada en objetos mecánicos; las niñas en caras”. “Los niveles de testosterona explican buena parte de esos sesgos. La cultura reforzará o atenuará esa base biológica pero difícilmente puede cambiarla”.
                Con el ánimo de llegar a las raíces de las diferencias genéticas, Harald visitó a Anne Cambell, profesora de Psicología evolutiva en la Universidad de Durhan. “De acuerdo con la teoría de la evolución de Darwin, explicó, nuestras características son el resultado de un largo proceso de selección (…) Cada circunstancia que incremente la capacidad de dejar más descendencia tenderá a permanecer en el código genético. Si las mujeres son las que dan a luz, amamantan y crían a los hijos, sería muy sorprendente que no hubiese algún tipo de mecanismo psicológico que les ayudase a cumplir sus tareas, haciendo que esas labores resultasen placenteras para ellas”. Esos mecanismos, concluye, quedaron anclados en el cerebro de los mamíferos hace millones de años.
           Nuestro amigo Harald Eia ya tenía las claves de la paradoja Noruega: “En una sociedad libre e igualitaria hombres y mujeres se vuelven ‘desiguales’ porque tienen la oportunidad de cultivar sus propios intereses particulares”. El hecho de que la proporción de mujeres informáticas sea mayor en la India que en Noruega se debe a que en el primer país es el único trabajo cualificado y bien remunerado al que pueden optar las jóvenes más capaces. Las mujeres noruegas tienen otras opciones y son muchas las que libremente optan por profesiones donde priman las relaciones personales. Deberíamos alegrarnos, concluye, de que el desarrollo económico haya aumentado las posibilidades de elección y deje libertad a cada hombre y mujer a expresarse como es.
            Los ideólogos de género de Noruega no compartieron la conclusión y la alegría de Harald. Me temo que su nombre ha sido incluido en la lista negra de “homófobos” y nunca más le ofrecerán una subvención para realizar estudios que, de puro sentido común, resultan subversivos
La Tribuna de Albacete (03/06/2013)