La ideología de género es el mayor lavado de cerebro
de los últimos tiempos
La semana
pasada resumí un reportaje donde Harald Eia trataba de desentrañar la paradoja
noruega: “¿Cómo es posible que a pesar de tanta inversión ‘igualitaria’ en
colegios y medios de comunicación la gente siga pensando que hombres y mujeres
difieren en sentimientos, preferencias y conducta? ¿Cómo es posible que, en el
país más igualitario del mundo, el sesgo
profesional por género aumente con el paso del tiempo?” Tras entrevistar a científicos
de varios países, Harald se cercioró del importante papel que juega la genética
en la formación de las preferencias y explicó el sesgo profesional por la
libertad que tienen los noruegos y noruegas de escoger según sus preferencias. Estas
conclusiones no gustaron a los directivos del Instituto de Igualdad de Género que se autodenominan "investigadores" pero más se asemejan a "ideólogos". Catherine
Egeland y Jorgen Lorentzen negaron valor a las evidencias presentadas y a la
misma biología. Dado que las diferencias de género son puramente culturales, afirman, esos estudios deben de ser tachados de a-científicos.
Son varios
los interrogantes que golpean mi mente tras analizar el reportaje. Primera cuestión: ¿Qué necesidad hay de
recorrer todo el mundo para demostrar lo evidente? A decir verdad, Harald
empezó preguntando a sus propias hijas por su género, pues los investigadores del
Instituto lamentaban que los padres no dejaran a sus hijos escogerlo libremente.
Las niñas, que todavía no habían cumplido los diez años, le responden
indignadas: “Papá, qué tonterías dices hoy”. Una universitaria de Oslo puso el
dedo en la llaga: “Los políticos dirán lo que quieran, pero al final cada uno
es lo que es”. Fue entonces, tras la impugnación por falta de rigor científico
de estas opiniones a pie de calle, cuando Harald se lanzó a la caza de
científicos especializados. Ya sabemos que sus conclusiones tampoco fueron
aceptadas. Sorprende que mientras los científicos consultados admiten la
influencia de la cultura sobre las bases genéticas, los ideólogos de género no
quieren ni oír hablar de esas bases. Esta es mi segunda cuestión: ¿Por qué tienen tanto miedo a la verdad? ¿Por qué
los ideólogos de género niegan validez a la naturaleza humana y a las ciencias
que la explican?
Tercera cuestión. ¿Dónde queda
la libertad individual? ¿Por qué, una vez asegurada la “libertad de oportunidades”,
no dejamos que cada hombre y cada mujer piense y actúe a su libre albedrío? Las
mujeres están hoy día representadas en todos los sectores y profesiones. Es una
prueba evidente de que existe igualdad y libertad. Todos nos alegramos de ello.
¿Habremos de empeñarlos que la representación sea fifty / fyfty? Buscar a toda costa la “igualdad de resultados”
supone un ataque frontal a la libertad individual y a la misma igualdad.
El reportaje
de Harald Eia lleva por título “lavado de cerebro”. La ideología de género es,
sin duda, el mayor lavado de cerebro de los últimos tiempos. Su avance ha sido
impresionante, desde que sus acólitos ganaron posiciones en la ONU y
empezaron su cruzada a través de la manipulación de las conferencias sectoriales
de las NU y de algunos gobiernos deseosos de pasar a la historia como “progres”.
Estoy pensando, en particular, en la Conferencia sobre la Mujer celebrada en
Pekín en 1995. Y en el Gobierno de Rodríguez Zapatero que llevaba en su agenda
todas y cada una de las reivindicaciones presentadas en Pekín por el feminismo
radical. Se dio la paradoja de que países como España se ponían a la cabeza de una ideología que en los
países promotores iba en retroceso.
La ideología
de género es tan acientífica, tan antinatural y tan absurda que acabará derrumbándose
bajo el peso de sus propias contradicciones. Todo lo que va en contra de la
naturaleza, el sentido común, la razón y la libertad no puede perdurar. Lamentablemente
(y esto es lo que más me duele), en su camino de ascenso y descenso, la
ideología de género dejará un reguero de vidas truncadas y sufrimientos inconfesables.
Mujeres que juegan a ser hombres; hombres que juegan a ser mujeres. Todo por esnobismo.
Es este un barbarismo que aúna el deseo del cambio por el cambio con el miedo
de ser políticamente incorrecto.
La Tribuna de Albacete (10/07/2013)