miércoles, 10 de julio de 2013

La paradoja noruega (y II)

La ideología de género es el mayor lavado de cerebro de los últimos tiempos

La semana pasada resumí un reportaje donde Harald Eia trataba de desentrañar la paradoja noruega: “¿Cómo es posible que a pesar de tanta inversión ‘igualitaria’ en colegios y medios de comunicación la gente siga pensando que hombres y mujeres difieren en sentimientos, preferencias y conducta? ¿Cómo es posible que, en el país más igualitario del  mundo, el sesgo profesional por género aumente con el paso del tiempo?” Tras entrevistar a científicos de varios países, Harald se cercioró del importante papel que juega la genética en la formación de las preferencias y explicó el sesgo profesional por la libertad que tienen los noruegos y noruegas de escoger según sus preferencias. Estas conclusiones no gustaron a los directivos del Instituto de Igualdad de Género que se autodenominan "investigadores" pero más se asemejan a "ideólogos". Catherine Egeland y Jorgen Lorentzen negaron valor a las evidencias presentadas y a la misma biología. Dado que las diferencias de género son puramente culturales, afirman, esos estudios deben de ser tachados de a-científicos. 
Son varios los interrogantes que golpean mi mente tras analizar el reportaje. Primera cuestión: ¿Qué necesidad hay de recorrer todo el mundo para demostrar lo evidente? A decir verdad, Harald empezó preguntando a sus propias hijas por su género, pues los investigadores del Instituto lamentaban que los padres no dejaran a sus hijos escogerlo libremente. Las niñas, que todavía no habían cumplido los diez años, le responden indignadas: “Papá, qué tonterías dices hoy”. Una universitaria de Oslo puso el dedo en la llaga: “Los políticos dirán lo que quieran, pero al final cada uno es lo que es”. Fue entonces, tras la impugnación por falta de rigor científico de estas opiniones a pie de calle, cuando Harald se lanzó a la caza de científicos especializados. Ya sabemos que sus conclusiones tampoco fueron aceptadas. Sorprende que mientras los científicos consultados admiten la influencia de la cultura sobre las bases genéticas, los ideólogos de género no quieren ni oír hablar de esas bases. Esta es mi segunda cuestión: ¿Por qué tienen tanto miedo a la verdad? ¿Por qué los ideólogos de género niegan validez a la naturaleza humana y a las ciencias que la explican?
Tercera cuestión. ¿Dónde queda la libertad individual? ¿Por qué, una vez asegurada la “libertad de oportunidades”, no dejamos que cada hombre y cada mujer piense y actúe a su libre albedrío? Las mujeres están hoy día representadas en todos los sectores y profesiones. Es una prueba evidente de que existe igualdad y libertad. Todos nos alegramos de ello. ¿Habremos de empeñarlos que la representación sea fifty / fyfty? Buscar a toda costa la “igualdad de resultados” supone un ataque frontal a la libertad individual y a la misma igualdad.
El reportaje de Harald Eia lleva por título “lavado de cerebro”. La ideología de género es, sin duda, el mayor lavado de cerebro de los últimos tiempos. Su avance ha sido impresionante, desde que sus acólitos ganaron posiciones en la ONU y empezaron su cruzada a través de la manipulación de las conferencias sectoriales de las NU y de algunos gobiernos deseosos de pasar a la historia como “progres”. Estoy pensando, en particular, en la Conferencia sobre la Mujer celebrada en Pekín en 1995. Y en el Gobierno de Rodríguez Zapatero que llevaba en su agenda todas y cada una de las reivindicaciones presentadas en Pekín por el feminismo radical. Se dio la paradoja de que países como España se ponían  a la cabeza de una ideología que en los países promotores iba en retroceso.
La ideología de género es tan acientífica, tan antinatural y tan absurda que acabará derrumbándose bajo el peso de sus propias contradicciones. Todo lo que va en contra de la naturaleza, el sentido común, la razón y la libertad no puede perdurar. Lamentablemente (y esto es lo que más me duele), en su camino de ascenso y descenso, la ideología de género dejará un reguero de vidas truncadas y sufrimientos inconfesables. Mujeres que juegan a ser hombres; hombres que juegan a ser mujeres. Todo por esnobismo. Es este un barbarismo que aúna el deseo del cambio por el cambio con el miedo de ser políticamente incorrecto.                                                                  
La Tribuna de Albacete (10/07/2013)