Nuestros nietos se avergonzarán de aquella generación
que curaba el dolor de cabeza con la guillotina
Varias
pistas nos conducen a detectar una hipocresía social; me refiero a esas
mentiras que nos fabricamos entre todos y las ocultamos en envoltorios de plata
para que no huelan mal a nuestras conciencias. (1) Uso abusivo de circunloquios
y siglas. (2) Utilizar casos extremos para mover el estado de ánimo de las
masas. (3) Llamar a algún científico para que corrobore las creencias.
El aborto es
una de esas hipocresías sociales. La más grave, sin duda, por cuanto supone la
muerte de seres humanos. Para taparla se necesitan muchos circunloquios. En
lugar de aborto se hablará de “interrupción voluntaria del embarazo” (IVE). En
lugar del derecho a la vida del nasciturus
se invocará el “derecho a la salud reproductiva” de la madre. Lo que siempre
había sido un delito pasará al catálogo de los derechos y libertades
fundamentales.
Los grupos
pro-abortistas tienen montado un observatorio internacional para detectar casos extremos que enternecen al más duro. Luego se difunden por todos los medios hasta conseguir el apoyo social al aborto a la carta que es lo que en realidad se busca. En los últimos meses se ha aireado mucho el caso Beatriz, esa joven salvadoreña
portadora de un feto descerebrado que amenazaba su vida. Al final se optó por
la solución más lógica y humanitaria: un parto prematuro que salvó la vida de
la madre y la del niño (aunque, en esta ocasión, las horas del bebé estaban
contadas). En las últimas semanas la prensa rasgó sus vestiduras ente el embarazo
de una niña chilena violada por su padrastro. Yo pensaba que el periodista iba
a pedir prisión incondicional para el padre y ayuda psicológica y económica
para la niña, que podía llegar a la adopción del bebé. ¡Qué va! Informó que se trataba de una práctica frecuente en tierras andinas que reclamaba la legalización del
aborto. Al parecer las soluciones humanitarias no interesan a los grupos y
medios abortistas.
Pero, ¿y si
el embrión no fuera un ser humano? Pues aquí acabaría la discusión; no
estaríamos hablando ni de aborto ni de IVE sino de la extirpación de un tumor o
de una célula indiferenciada. Nadie se opone a este práctica. ¿Pero tiene
esa opinión un fundamento científico serio? Ayer tropecé con los apuntes de Bioética
de una estudiante de Medicina en la Universidad Autónoma de Madrid. Después de pelearse
con la oveja Dolly, no sé a cuenta de qué, el profesor advierte (y sus
advertencias son las únicas que valen para el examen): “Un embrión de ser
humano está vivo, pero no es un ser humano ya constituido; tiene la posibilidad
de serlo, pero no lo es aún. Le falta un factor fundamental que es el tiempo”. Sólo
a partir de la vigésima segunda semana, concluye, el embrión será un ser humano
real.
¡Hay que ver
los circunloquios que son capaces de dar algunos profesores para justificar el
derecho positivo! ¿Acaso el niño recién nacido no necesita también de un entorno
adecuado y tiempo para llegar a la plena autonomía vital? ¿Qué dirá ese
profesor cuando mañana se demuestre la viabilidad del feto a las 20 semanas de gestación
o cuando pasado mañana se inventen incubadoras capaces de asegurar la
maduración del embrión desde el primer día del embarazo? De hecho estas
incubadoras ya están inventadas: cualquier embrión es viable si logra implantarse en el seno de otra mujer.
Para
recuperar el consenso por el derecho universal a la vida hay que empezar
llamando a las cosas por su nombre y plantear las dos cuestiones claves. Primera:
¿Estás de acuerdo en que todo ser humano tiene derecho a la vida? Segunda:
¿Estás de acuerdo en dejar a la comunidad científica la determinación del
momento en el que empieza la vida humana?
Mi formación
universitaria me hace confiar en los científicos. Muchos de ellos aceptan el aborto
como un medio fácil de control de la natalidad. Pero dudo que más del 10% niegue
al embrión la condición de ser humano y se atreva a fechar el inicio de la vida
en otro momento diferente de la fecundación del óvulo.
La verdad
acabará imponiéndose, no me cabe la menor duda. Llegará el día en que nuestros
nietos se avergüencen de aquella generación que curaba el dolor de cabeza con
la guillotina.
La Tribuna de Albacete (17/07/2013)