Para que la ONU tenga sentido y futuro ha de cumplir con eficiencia su misión fundacional:
evitar todo tipo de conflictos armados.
Imaginemos
que se descubre vida humana en otro planeta y que una embajada de alienígenas
visita la Tierra. Está claro que lo primero que habría que mostrarles es la
sede neoyorquina de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Le
explicaríamos que nuestro planeta está organizado en entidades territoriales soberanas
a quienes llamamos estados y que para evitar conflictos armados entre ellos se creó
la Sociedad de Naciones tras la Primera Guerra Mundial y la ONU después de la
Segunda. El alienígena preguntaría: ¿Y podrá esta ONU evitar una tercera guerra
mundial? ¿Consigue, al menos evitar los conflictos armados entre países? No nos
quedaría más remedio que bajar la cabeza y responder: “En absoluto. La propia
ONU es una fuente de desaveniencias”.
Casi todos los
países en vías de desarrollo, sobre todo si tienen petróleo, padecen
inestabilidad política que de vez en cuando estallan en conflictos armados. De
estos conflictos salen reforzados los grupos mejor organizados que no son
precisamente los amantes de la democracia y los derechos humanos. Cuando el
tren descarrila y los intereses económicos de los países occidentales parecen
amenazados, se reclama la intervención de la ONU. Pero como estos intereses no
son comunes lo habitual es que la institución quede bloqueada. Es entonces
cuando las potencias occidentales deciden intervenir por su cuenta y riesgo, al
margen de la legalidad internacional, invocando la doctrina de las guerras
preventivas. ¡El precedente no podía ser peor! “¿Por qué no podemos nosotros, dicen a sus
súbditos los presidentes de Afganistán o Corea del Norte, proporcionarnos una
bomba atómica si EE.UU. las tiene a cientos y lanza continuamente ofensivas
militares para prevenir riesgos reales o imaginarios?”
Para poder
responder a esta pregunta con autoridad moral y para asegurar la paz mundial es
necesario refundar la ONU. Todos los países podrían solicitar su ingreso y lo
obtendrían con tal que aceptaran la esencia de la democracia (elecciones libres
cada cuatro años) y los derechos humanos fundamentales que se resumen en la
vida, la igualdad y las libertades básicas. Para ser coherentes con lo que
predican, también los organismos de la ONU deberían ser democráticos, dando a
cada país el peso que le corresponde por su población. Desaparecería el derecho
a veto que asiste a EE.UU, Rusia, China, Gran Bretaña y Francia. Y
desaparecería el reclamo de los independentistas provincianos a crear un nuevo
país con el mismo reconocimiento internacional que Alemania. El peso de cada
país dependería de su población.
Para que la
ONU tenga sentido y futuro ha de cumplir con eficiencia su misión fundacional, a saber, evitar todo tipo de conflictos armados. El camino más certero, tal vez el único, es
que cada país miembro renuncie a un ejército propio, más allá de los efectivos
policiales necesarios para garantizar el orden interno. La renuncia estaría más
que compensada si tiene garantías de que el ejército internacional le defenderá
al momento de ataques externos y de revueltas internas claramente
inconstitucionales. También del crimen organizado internacionalmente.
Las ventajas
económicas para los países miembros de la nueva ONU, y para ella misma,
resultan claras cuando uno comprende las peculiaridades del servicio de
defensa. En cualquier otro servicio, el nivel de prestación depende del gasto.
Cuanto más gastes en hospitales o alumbrado público mejor sanidad y luminosidad
tendrás. No ocurre así con la defensa. Si todos los países doblan el gasto en
defensa la inseguridad no disminuye sino que aumenta. Por la misma lógica, si
todos los países (excepto un puñado de francotiradores) se integraran en la ONU,
bastaría el presupuesto de defensa de EE.UU. (700 mil millones de dólares, más
de la mitad del PIB español) para tener una seguridad muy superior a la actual.
Con lo que nos ahorráramos del
actual presupuesto de defensa podrían hacerse muchas cosas útiles que
contribuirían a reforzar la solidaridad internacional y harían más atractiva la
pertenencia a la ONU. Es posible que el nivel de bienestar en el planeta Tierra
mejorara tanto que la embajada de alienígenas deseara quedarse.
La Tribuna de Albacete (6/03/2013)