miércoles, 13 de marzo de 2013

Chávez y Stalin, dos modelos socialistas a evitar

La experiencia histórica debiera crearnos anticuerpos 
contra los regímenes que ignoran la iniciativa privada y pisotean las libertades personales


El 5 de marzo de 2013 murió en Caracas Hugo Chávez, presidente de Venezuela desde 1999. Sesenta años antes, el 5 de marzo de 1953, moría en Moscú Joseph Stalin, Presidente de la URSS y Secretario General del Partido Comunista Soviético desde hacía 30 años. Supongo que se trata de una mera coincidencia histórica. Como también debe ser coincidencia el que Chávez naciera pocos meses después de morir Stalin.
Algún elemento común entre ambos mandatarios sí es posible encontrar. Los dos se inspiran en el ideario marxista, aunque me temo que ninguno tuvo tiempo y preparación intelectual para leer al Marx filósofo y economista. Ambos eran políticos natos cuya mayor preocupación era la supervivencia personal y la del régimen que encarnaban. Los dos tenían alma de dictadores aunque cada uno la dejó expresarse a su manera.
Stalin instauró un régimen de terror donde sólo había espacio para un partido y un líder. Con lo grande y fría que es Rusia, necesitó un espacio todavía más grande y frío para “re-educar” a los disidentes. Los gulags siberianos se crearon para castigar a los campesinos ricos que sobrevivieron a la purga que siguió a la expropiación de latifundios y que afectó a un 18% de la población. Luego fueron visitados por los disidentes políticos que hacían o podían hacer sombra a Stalin. Adviértase que no estamos hablando de derechas e izquierdas sino de variantes de comunismo. Trotski, un intelectual marxista de primera línea, propuso anteponer la internacionalización del comunismo al socialismo en un solo país que defendía Stalin. Logró escapar del país para evitar el destierro pero no de la policía secreta comunista que lo asesinó en México. Los economistas que dirigían el Gosplan o los médicos que cuidaban de la salud personal del dictador pagaban cualquier equivocación con el confinamiento. No es extraño que aquel 5 de marzo de 1953 nadie se atreviera a despertar a Stalin que llevaba 20 horas en su habitación. Cuando llegaron los médicos entraron todos a la vez para que nadie les pudiera acusar de magnicidio.
En el terreno personal, el contraste con Hugo Chávez no puede ser mayor. Este era una persona afable y locuaz (decían que padecía incontinencia verbal). Gustaba mezclarse entre el pueblo llano quien le prodigó pruebas de cariño durante su enfermedad y entierro. Su estrategia política tampoco tiene nada que ver con la del dictador soviético. Tras el fracaso del golpe de estado de 1992, Chávez comprendió que el camino más corto y seguro para su revolución socialista pasaba por las urnas y por el respeto a las instituciones democráticas. Ya se encargaría él de alinearlas con sus intereses políticos. Así juró la Constitución de 1966 en su primera toma de posesión (2/2/1999): "Juro delante de Dios, juro delante de la patria, juro delante de mi pueblo que sobre esta moribunda Constitución impulsaré las transformaciones democráticas necesarias para que la república nueva tenga una Carta Magna adecuada a los nuevos tiempos. Lo juro". Pocos meses después el 72% de la población venezolana aprobaba la nueva Constitución que otorgaba al presidente unos poderes excepcionales. Chávez afrontó el reto de pasar por las urnas cuatro veces y en todas ellas salió victorioso. Para conseguirlo no escatimó horas delante de la televisión (todas debían retrasmitir sus mensajes directos) ni subvenciones a diestra y siniestra.
Nikita Kruschchev, el nuevo Presidente de la URSS, tardó poco en denunciar el culto a la personalidad instaurado por Stalin y sacar su féretro fuera del Kremlin. El repudio de Chávez y del régimen chavista se demorará más años. Tal vez habremos de esperar a que el precio del petróleo se desplome y, con él, toda la clientela del Estado chavista. Preferiría que fuera una decisión consciente del pueblo venezolano. La experiencia histórica debiera crearnos anticuerpos contra los regímenes que tratan de dirigir a los ciudadanos desde arriba, hacia unas metas más o menos utópicas, ignorando la iniciativa privada y pisoteando las libertades personales. Esta es la base común de Stalin, Chávez y todos los proyectos comunistas.


La Tribuna de Albacete (13/03/2013)