La experiencia
histórica debiera crearnos anticuerpos
contra los regímenes que ignoran la
iniciativa privada y pisotean las libertades personales
El 5 de marzo de 2013 murió en Caracas Hugo Chávez,
presidente de Venezuela desde 1999. Sesenta años antes, el 5 de marzo de 1953,
moría en Moscú Joseph Stalin, Presidente de la URSS y Secretario General del
Partido Comunista Soviético desde hacía 30 años. Supongo que se trata de una
mera coincidencia histórica. Como también debe ser coincidencia el que Chávez
naciera pocos meses después de morir Stalin.
Algún elemento común entre ambos mandatarios sí es
posible encontrar. Los dos se inspiran en el ideario marxista, aunque me temo
que ninguno tuvo tiempo y preparación intelectual para leer al Marx filósofo y
economista. Ambos eran políticos natos cuya mayor preocupación era la
supervivencia personal y la del régimen que encarnaban. Los dos tenían alma de
dictadores aunque cada uno la dejó expresarse a su manera.
Stalin instauró un régimen de terror donde sólo había
espacio para un partido y un líder. Con lo grande y fría que es Rusia, necesitó
un espacio todavía más grande y frío para “re-educar” a los disidentes. Los
gulags siberianos se crearon para castigar a los campesinos ricos que
sobrevivieron a la purga que siguió a la expropiación de latifundios y que
afectó a un 18% de la población. Luego fueron visitados por los disidentes
políticos que hacían o podían hacer sombra a Stalin. Adviértase que no estamos
hablando de derechas e izquierdas sino de variantes de comunismo. Trotski, un
intelectual marxista de primera línea, propuso anteponer la internacionalización
del comunismo al socialismo en un solo país que defendía Stalin. Logró escapar
del país para evitar el destierro pero no de la policía secreta comunista que
lo asesinó en México. Los economistas que dirigían el Gosplan o los médicos que
cuidaban de la salud personal del dictador pagaban cualquier equivocación con
el confinamiento. No es extraño que aquel 5 de marzo de 1953 nadie se atreviera
a despertar a Stalin que llevaba 20 horas en su habitación. Cuando llegaron los
médicos entraron todos a la vez para que nadie les pudiera acusar de magnicidio.
En el terreno personal, el contraste con Hugo Chávez no
puede ser mayor. Este era una persona afable y locuaz (decían que padecía
incontinencia verbal). Gustaba mezclarse entre el pueblo llano quien le prodigó
pruebas de cariño durante su enfermedad y entierro. Su estrategia política tampoco
tiene nada que ver con la del dictador soviético. Tras el fracaso del golpe de
estado de 1992, Chávez comprendió que el camino más corto y seguro para su
revolución socialista pasaba por las urnas y por el respeto a las instituciones
democráticas. Ya se encargaría él de alinearlas con sus intereses políticos. Así
juró la Constitución de 1966 en su primera toma de posesión (2/2/1999): "Juro delante de
Dios, juro delante de la patria, juro delante de mi pueblo que sobre esta
moribunda Constitución impulsaré las transformaciones democráticas necesarias
para que la república nueva tenga una Carta Magna adecuada a los nuevos
tiempos. Lo juro". Pocos meses después el 72% de la población venezolana
aprobaba la nueva Constitución que otorgaba al presidente unos poderes
excepcionales. Chávez afrontó el reto de pasar por las urnas cuatro veces y en
todas ellas salió victorioso. Para conseguirlo no escatimó horas delante de la
televisión (todas debían retrasmitir sus mensajes directos) ni subvenciones a
diestra y siniestra.
Nikita
Kruschchev, el nuevo Presidente de la URSS, tardó poco en denunciar el culto a
la personalidad instaurado por Stalin y sacar su féretro fuera del Kremlin. El
repudio de Chávez y del régimen chavista se demorará más años. Tal vez habremos
de esperar a que el precio del petróleo se desplome y, con él, toda la
clientela del Estado chavista. Preferiría que fuera una decisión consciente del
pueblo venezolano. La experiencia histórica debiera crearnos anticuerpos contra
los regímenes que tratan de dirigir a los ciudadanos desde arriba, hacia unas
metas más o menos utópicas, ignorando la iniciativa privada y pisoteando las
libertades personales. Esta es la base común de Stalin, Chávez y todos los
proyectos comunistas.
La Tribuna de Albacete (13/03/2013)