El odio al colonizador y, por
extensión, a todo el mundo occidental
sigue latente medio siglo después de la
descolonización
“A perro
flaco, todo son pulgas”, dice el refrán castellano. Si, además de flaco, el
perro es negro esas pulgas se instalarán para siempre, como esas malas hierbas de
las que habla otro refrán. El caso de Mali nos lo confirma. En septiembre de
2012 los tuaregs, un pueblo bereber que se mueve por los países aledaños al desierto
sahariano, se sublevaron por la independencia. En su apoyo acudieron
movimientos radicales islamistas entre los que no podía faltar Al Qaeda. En
tres meses convirtieron aquel movimiento independentista regional en una yihad
para la reconquista de todo el país para el Islam. El 11 de enero de 2013
Francia, en calidad de antiguo colonizador, se decidió a intervenir militarmente
con la bendición de la ONU y el apoyo de numerosos países africanos y europeos.
Si malo era el futuro del país antes de septiembre, ahora podemos decir que es
malísimo.
En aquel pobre
pero tranquilo país del norte de África se han dado cita todos los fantasmas
que azotan al continente, impidiéndole la paz y el desarrollo. Quien abra un
atlas para ubicar a Mali, lo primero que le llamará la atención son las fronteras
lineales. Las diseñaron las potencias europeas cuando a finales del siglo XIX
se decidieron a colonizar África para asegurarse el suministro de recursos
naturales y para difundir la cultura patria, a semejanza de lo que los ingleses
y españoles habían hecho en América. Otras veces recurrieron a los ríos como
divisoria, ignorando que ellos son el principal vínculo de unión. Resultado: una misma raza o tribu podía
quedar repartida en dos Estados. Y a la inversa: un estado podía cobijar dos
tribus que se odiaban a muerte. La revuelta organizada por los tuaregs en Mali
es un reflejo de estas inconsistencias.
El odio al
colonizador y, por extensión, a todo el mundo occidental sigue latente medio
siglo después de la descolonización. En Mali se ha recibido a los franceses
como libertadores, pero si su presencia se prolonga, acabarán identificándolo
con el invasor blanco, portador de toda suerte de maldiciones. A nadie se le
escapa que las misiones europeas de paz traen la guerra y esconden intereses
políticos y económicos bastante oscuros. La ausencia de yacimientos
petrolíferos relegaron el territorio de Mali al olvido durante largas décadas. El descubrimiento de
importantes minas de uranio, que alimentan la importante industria nuclear gala,
lo volvieron a poner en el mapa y justifican ahora la intervención.
La pobreza,
con sus secuelas de analfabetismo y hambre, son el caldo de cultivo ideal para
el radicalismo marxista o islámico. En Mali más de la mitad de la población
vive con menos de un euro por día. Hasta cierto punto, esta pobreza es una
consecuencia del proceso de colonización y descolonización, amén de la
globalización asimétrica registrada en las últimas décadas. Los recursos
naturales y el capital financiero pueden moverse sin límites. El trabajo, no.
Los pobres africanos están condenados a morirse de hambre en sus países o ahogarse
en una patera. Dicho esto hay que afirmar que, después de cincuenta años de
independencia, ningún gobierno africano está autorizado a sacudirse la culpa. El
subdesarrollo africano se explica también, y sobre todo, por problemas
domésticos relacionados con la ineficiencia económica, el nepotismo y la corrupción.
Los
conflictos religiosos son otro de los flagelos que más ha dañado la paz y el
progreso económico. Mali parecía libre de ellos. Su constitución lo define como
un estado laico. Pero la pobreza e incultura de sus habitantes lo hacen ahora presa
fácil del radicalismo islámico que ya se ha instalado en el país y costará erradicar.
François Hollande justificó la
intervención francesa para evitar que Mali se convirtiera en una segunda
Somalía, donde los terroristas campan a sus anchas y aplican la ley sharia con
todo su rigor. El peligro ahora es que Mali se convierta en un nuevo Afganistán
donde los ejércitos occidentales nunca encuentran el momento para marcharse,
pues nadie es capaz de asegurar la estabilidad. Al Qaeda será fácilmente batida en las
batallas a campo abierto. Pero no olvidemos que su fuerza está en sus cédulas
terroristas y en la guerra de guerrillas
La Tribuna de Albacete (06/02/2013)