miércoles, 6 de febrero de 2013

Mali, malísimo

El odio al colonizador y, por extensión, a todo el mundo occidental 
sigue latente medio siglo después de la descolonización


“A perro flaco, todo son pulgas”, dice el refrán castellano. Si, además de flaco, el perro es negro esas pulgas se instalarán para siempre, como esas malas hierbas de las que habla otro refrán. El caso de Mali nos lo confirma. En septiembre de 2012 los tuaregs, un pueblo bereber que se mueve por los países aledaños al desierto sahariano, se sublevaron por la independencia. En su apoyo acudieron movimientos radicales islamistas entre los que no podía faltar Al Qaeda. En tres meses convirtieron aquel movimiento independentista regional en una yihad para la reconquista de todo el país para el Islam. El 11 de enero de 2013 Francia, en calidad de antiguo colonizador, se decidió a intervenir militarmente con la bendición de la ONU y el apoyo de numerosos países africanos y europeos. Si malo era el futuro del país antes de septiembre, ahora podemos decir que es malísimo.
En aquel pobre pero tranquilo país del norte de África se han dado cita todos los fantasmas que azotan al continente, impidiéndole la paz y el desarrollo. Quien abra un atlas para ubicar a Mali, lo primero que le llamará la atención son las fronteras lineales. Las diseñaron las potencias europeas cuando a finales del siglo XIX se decidieron a colonizar África para asegurarse el suministro de recursos naturales y para difundir la cultura patria, a semejanza de lo que los ingleses y españoles habían hecho en América. Otras veces recurrieron a los ríos como divisoria, ignorando que ellos son el principal vínculo de unión.  Resultado: una misma raza o tribu podía quedar repartida en dos Estados. Y a la inversa: un estado podía cobijar dos tribus que se odiaban a muerte. La revuelta organizada por los tuaregs en Mali es un reflejo de estas inconsistencias.
El odio al colonizador y, por extensión, a todo el mundo occidental sigue latente medio siglo después de la descolonización. En Mali se ha recibido a los franceses como libertadores, pero si su presencia se prolonga, acabarán identificándolo con el invasor blanco, portador de toda suerte de maldiciones. A nadie se le escapa que las misiones europeas de paz traen la guerra y esconden intereses políticos y económicos bastante oscuros. La ausencia de yacimientos petrolíferos relegaron el territorio de Mali al olvido durante largas décadas. El descubrimiento de importantes minas de uranio, que alimentan la importante industria nuclear gala, lo volvieron a poner en el mapa y justifican ahora la intervención.
La pobreza, con sus secuelas de analfabetismo y hambre, son el caldo de cultivo ideal para el radicalismo marxista o islámico. En Mali más de la mitad de la población vive con menos de un euro por día. Hasta cierto punto, esta pobreza es una consecuencia del proceso de colonización y descolonización, amén de la globalización asimétrica registrada en las últimas décadas. Los recursos naturales y el capital financiero pueden moverse sin límites. El trabajo, no. Los pobres africanos están condenados a morirse de hambre en sus países o ahogarse en una patera. Dicho esto hay que afirmar que, después de cincuenta años de independencia, ningún gobierno africano está autorizado a sacudirse la culpa. El subdesarrollo africano se explica también, y sobre todo, por problemas domésticos relacionados con la ineficiencia económica, el nepotismo y la corrupción.
Los conflictos religiosos son otro de los flagelos que más ha dañado la paz y el progreso económico. Mali parecía libre de ellos. Su constitución lo define como un estado laico. Pero la pobreza e incultura de sus habitantes lo hacen ahora presa fácil del radicalismo islámico que ya se ha instalado en el país y costará erradicar.

François Hollande justificó la intervención francesa para evitar que Mali se convirtiera en una segunda Somalía, donde los terroristas campan a sus anchas y aplican la ley sharia con todo su rigor. El peligro ahora es que Mali se convierta en un nuevo Afganistán donde los ejércitos occidentales nunca encuentran el momento para marcharse, pues nadie es capaz de asegurar la estabilidad. Al Qaeda será fácilmente batida en las batallas a campo abierto. Pero no olvidemos que su fuerza está en sus cédulas terroristas y en la guerra de guerrillas


La Tribuna de Albacete (06/02/2013)