Estos comportamientos echan tierra sobre el legado más valioso
de la civilización occidental. el estado de derecho.
Hay una errata en el título. Yo quería decir
algo así como “De la primavera al invierno sin pasar por el verano”. El duende
del ordenador cambio “infierno” por “invierno”… y acertó. “Invierno” era el clima anterior a las
revueltas populares en los países árabes que empezaron en enero de 2011 y se
saldaron con huída de varios dictadores. Lo que hoy se está cociendo en las cámaras
legislativas y en las calles de los países árabes más parece un “infierno”. Como
era de esperar, en las primeras elecciones democráticas barrieron los
movimientos islamistas, los únicos que ya estaban organizados y tenían en la
chistera un mensaje simple capaz de calar en las masas ávidas de consignas
simples: “¡Muerte al infiel; muerte al extranjero!” Las constituciones
promovidas por estos partidos apuntan a un estado islamista donde las
libertades, empezando por la libertad de religión, brillan por su ausencia y convierten
cualquier diferencia de opinión en un conflicto armado.
La Primavera
Árabe irrumpió en Túnez en enero de
2011 a raíz de unas protestas informales por la situación económica y política
del país. Desde Anibal y San Agustín, ese pequeño estado del Mediterráneo no
había tenido tanto eco mediático. Lamentablemente, lo sigue teniendo dos años
después. Hace un par de semanas fue asesinado en plena calle el líder de la
izquierda laica, Chokri Belaid. Era la voz más crítica contra el Estado
teocrático que impulsan los salafistas, un grupo islámico radical que consiguió
el 40% de los escaños en las primeras elecciones democráticas.
Egipto fue la segunda flor de la primavera
árabe. Las manifestaciones en la plaza Tahir, la más emblemática del El Cairo,
obligaron a abdicar al general Hosni Murabak, quien a sus 85 años ha sido
condenado a cadena perpetua. En las primeras elecciones democráticas triunfaron
los Hermanos Musulmanes quienes han logrado sacar adelante una Constitución
“moderada”. El nuevo texto, sin embargo, no satisface ni a los fundamentalistas
islámicos ni a la minoría laica. A estos últimos les preocupan dos cosas: (1)
La facilidad para decretar un estado de emergencia que otorga poderes absolutos
al Presidente; (2) La condescendencia del Gobierno frente a los grupos islamistas
radicales. La plaza de Tahir sigue tiñéndose de sangre cada día.
¿Qué
lecciones podemos extraer de estos sucesos tan desconcertantes? La primera es
un aviso a los árabes: la estabilidad política, la paz social y el progreso
económico requiere separar la política de la religión. “Dar a Dios lo que es de
Dios y a César lo que es del César” (Mt 22,21). Costó tiempo a los cristianos
aceptar la recomendación de Jesús, pero afortunadamente han acabado comprendiendo
la sabiduría que esconde. No ha sido así entre los seguidores de Mahoma. Sus
líderes políticos y culturales siguen anclados en las prácticas medievales de
las cruzadas y la guerra santa (Yihad).
La segunda lección va para los
occidentales. Les avisa del peligro de intervenir países a diestro y siniestro
sin respetar la legalidad internacional. ¿O es que no existe tal legalidad? Se
da, por otra parte, la paradoja de que los líderes árabes depuestos en los
últimos años habían sido catapultados al poder tiempo atrás por los Estados
Unidos. Estoy pensando en Murabak, en Saddam Hussein o en el propio Osama bin
Laden. La intervención del republicano George Busch en Irak para deshacerse de
Hussein fue cuestionada por no contar con la venia de la ONU. ¿Y qué decir de
los métodos empleados por Barak Obama, Presidente demócrata y premio Nobel de
la paz? El comando estadounidense averiguó el paradero de bin Laden torturando
a los presos de Guantánamo, se adentró en Paquistán sin la preceptiva autorización
del Gobierno, ejecutó al terrorista sin juicio previo y escondió su cadáver
para no dejar pruebas. Todo esto con la aquiescencia del Presidente americano,
que seguía y aplaudía las operaciones a través de un canal privado de
televisión. En cualquier país europeo estas acciones hubieran llevado a Obama a
los tribunales. En Estados Unidos se interpretaron como un éxito y le
aseguraron la reelección. ¡Craso error! Estos comportamientos echan tierra
sobre el legado más valioso de la civilización occidental (el estado de
derecho) y suministran el combustible que precisan los radicales islamistas.
La Tribuna de Albacete (20/02/2013)