miércoles, 4 de julio de 2012

Familia, patrimonio de la humanidad

La familia es uno de los pocos lugares donde cada persona
es amada porque es y como es.

En junio de 2012 tuvo lugar en Milán el VII Encuentro Mundial de las Familias con el Papa. Simultáneamente se publicó un libro que recoge los mensajes de Benedicto XVI a las familias bajo un título bien elocuente: “El amor se aprende”. Siete encuentros con millones de familias de todo el mundo demuestran la importancia que la Iglesia católica otorga a la familia. Lo hace desde una óptica constructiva y esperanzadora. Su objetivo es dejar clara la meta a la que debiera aspirar toda familia y los medios con los que cuenta para alcanzarla. Insistió en que las familias se habían de construir sobre el amor que es tanto como decir servicio desinteresado, perdón sin límites, generosidad… Sin amor ninguna familia puede cumplir su misión, por más tradicionales y devotos que sean sus miembros.
En Milán Benedicto XVI recordó una vez más que la familia es el “patrimonio principal de la humanidad”. Tan revueltas como andan las academias de la lengua no le quedó más remedio que explicar que se refería a la unión de un hombre y una mujer, basada en el amor y orientada al servicio de la vida. “Dios creó al ser humano hombre y mujer, con la misma dignidad pero también con características propias y complementarias para que los dos fueran un don el uno para el otro, se valoraran recíprocamente y realizaran una comunidad de amor y de vida”.
“Fue bonito … mientras duró”. Benedicto XVI pone en guardia a los que construyen la familia sobre las arenas movedizas del sentimiento y se desaniman cuando flaquea. El sentimiento juega un papel importante, admitió, pero ha de ser purificado y profundizado por la razón y la voluntad. A unos novios de Madagascar, a quienes les asustaba comprometerse “para siempre”, les recordó que lo que había de durar no era el sentimiento  sino el amor. El primero va y viene sin pedirnos permiso. El amor, en cambio, lo ponemos nosotros, se fortalece en las dificultades y, como el buen vino, gana grados con el paso del tiempo.
Tampoco los errores y fallos constituyen motivo para destruir una familia. En una convivencia tan intensa como la familiar, son inevitables las desavenencias y conflictos. El Papa invita a superarlos con un diálogo basado en la razón y la humildad. La palabra más repetida en una familia debería ser “perdón”. La virtud más practicada, la paciencia. Hay que tener paciencia infinita con los defectos de los demás… y con los propios.
La familia es uno de los pocos lugares donde cada persona es amada “porque es y como es”. Viendo la vida como un don aprenderemos el difícil arte de la gratuidad que tanta importancia tiene en el pensamiento social de Benedicto XVI. Las relaciones económicas en el mercado incentivan la eficiencia. Las relaciones sociales evidencian la importancia de la justicia. Pero la vida no puede reducirse al mero cálculo utilitarista, ni a la mera justicia conmutativa. Para que el planeta Tierra gire con normalidad se necesita ese motor de la gratuidad que se aprende, de forma natural, en el hogar.
Y todo esto en un ambiente de fiesta, concluye el Papa. Niños y adultos han de comprender que las normas morales y las prácticas religiosas no son una carga adicional sobre sus vidas, ya de por sí muy complicadas. Son los cauces que facilitan la convivencia social y transmiten los valores que darán sentido y esperanza a sus vidas. En su opinión, la felicidad a la que todos aspiramos pasa por saber armonizar tres variables: trabajo, familia y fiesta. Cada vez hay más personas desquiciadas tras apostar exclusivamente por el trabajo o por la fiesta. La familia está llamada a ser el quicio que integre estas tres dimensiones de la vida humana. Es el fiel de la balanza que la mantiene en equilibrio y permitirá multiplicar el número de personas equilibradas.

La Tribuna de Albacete (4/07/2012)