miércoles, 11 de julio de 2012

¡Estado laico, ya!


El respeto del principio de laicidad resulta muy duro para los políticos intervencionistas

“En la medida en que es superada la concepción de un Estado confesional, aparece claro, en todo caso, que las leyes deben encontrar justificación y fuerza en la ley natural, que es fundamento de un orden adecuado a la dignidad de la persona humana…” 
Quien suscribe estas palabras es Benedicto XVI en su coloquio con las autoridades civiles dentro del VII Encuentro con las familias que tuvo lugar en Milán hace un mes. Cualquiera que lea la historia con un mínimo de objetividad reconocerá que las épocas de estado confesional fueron negativas para el Estado pero, también y sobre todo, para la propia Iglesia. El poder y la riqueza corrompen a todos;  eclesiásticos incluidos. 
¡Pero, cuidado!  El estado aconfesional y laico no se identifica con un estado anticlerical, ni concede a las autoridades políticas el derecho de pontificar en temas morales. En el párrafo transcrito, el Papa subraya que también ellas están sujetas a la ley natural, basada en la dignidad humana y de donde derivan los derechos fundamentales de la persona. Estos derechos existían antes que el Estado, el cual no puede ni suprimirlos ni interpretarlos a su antojo. ¡Dios nos libre de quienes disfrutan creando derechos fundamentales!
La Declaración Universal de Derechos Humanos, aprobada por la ONU en 1948 y que sirvió de inspiración a las constituciones de la postguerra, acepta este planteamiento. Pero, ¿se cumple en la práctica? El respeto del principio de laicidad resulta muy duro para los políticos intervencionistas. ¿Hay alguno que no lo sea?  Imposible para los políticos dominados por la ideología de género cuyo objetivo declarado consiste en “deconstruir” a las personas y a la sociedad civil, subvirtiendo sus categorías de pensamiento y sus valores morales. 
La libertad religiosa es la columna fundamental del laicismo. El Estado no debiera tener una religión oficial, pero tampoco inmiscuirse en las creencias religiosas de las personas, ni limitar sus manifestaciones externas. “La laicidad del Estado, matiza Benedicto XVI, consiste en asegurar la libertad para que todos puedan proponer su visión de la vida común”. Las únicas limitaciones atenderán al orden público y deben ser similares para los fieles congregados en una romería que para los trabajadores en una marcha sindical. ¿Lo son? 
Que yo sepa, desde la Guerra Civil no ha habido en España persecuciones religiosas promovidas por los poderes públicos, ni discriminación religiosa amparada por ley.  Tampoco ignoramos que hay otras formas de presión y discriminación más sutiles. Suelen surgir de grupos privados que gozan de la venia estatal; a menudo reciben subvenciones para ese fin. Hace ahora un año, a propósito de unos actos vandálicos perpetrados en una capilla de la Universidad Autónoma de Madrid y consentidos por unas autoridades en nombre del laicismo, escribí en esta misma columna: “La intolerancia religiosa y la tolerancia antirreligiosa son cara y cruz de la misma moneda”. 
El Estado laico tampoco puede arrogarse la función de educar en valores a los escolares, y hacerles pasar por el mismo tubo ideológico, moral o como se le quiera llamar. ¿Qué dirían ustedes si el Gobierno obligara a todos los niños a cursar Religión Católica y no promocionara de curso a quienes no hubieran entendido y asimilado los principios y valores cristianos? Pues en esto, ni más ni menos, consiste el proyecto socialista de Educación para la Ciudadanía (EpC). Pecó de ingenuo el Tribunal Supremo español cuando dio por supuesto que los profesores no aprovecharían los temas morales y políticos para hacer apología de sus creencias e ideologías.  Pecó de ingenuo el actual Ministro de Educación, Sr. Wert, al considerar que el problema queda superado tras eliminar los temas más espinosos. Si algún tema interesa tratar que se haga en las asignaturas adecuadas (Ciencias, Historia o Sociales). Mientras exista EpC y sea obligatoria, no faltarán profesores desaprensivos que se pondrán las botas educando a los hijos del vecino en “su” moral universal. ¡Dios nos libre de educadores con tanto celo!
Todos los amantes de la libertad y de los derechos fundamentales, que somos el 99 por cien de la sociedad occidental, deberíamos unirnos bajo esta pancarta: “¡Estado laico, sí; estado laico, ya; pero en serio!” 
La Tribuna de Albacete /11/07/2012)