domingo, 8 de septiembre de 2024

Aquella feria

 

Los albaceteños empiezan a hablar de la Feria tan pronto como regresan de sus vacaciones veraniegas. En una conversación reciente con mis compañeros de la UCLM, uno definía la feria como la gran traca final después de un verano más caluroso, largo y agitado que en el resto de Europa. A otro compañero le llamaba la atención la duración de la feria: “¡No sé cómo pueden aguantar tantas noches durmiendo poco y a deshora!”.

El tercer tertuliano, oriundo de La Roda, aclaró estos enigmas refiriéndose a la tradición que le había llegadlo de la abuela de su abuela. A primeros de septiembre, decía aquella buena señora,  los campesinos remataban las faenas del campo para llegar a la feria de Albacete. Viajaban en carros tirados por caballos que “aparcaban” a las afueras de la ciudad y servían de casa. Al tiempo que acordaban la venta de sus excedentes agrícolas, aquellos feriantes compraban los medios para la producción y el consumo del próximo año agrícola. A saber, bueyes, aperos y utensilios de cocina. Tratándose de Albacete, no podía faltar, el último modelo de navaja.

La diversión venía al atardecer. Bailes, manchegas, saltimbanquis... Lo más satisfactorio era el encuentro con viejos amigos para contarse las batallas del pasado y las ilusiones del presente. Los jóvenes aprovechaban para lanzar el tejo, asegurando así la continuidad a las familias. Nadie regresaba a sus pueblos sin visitar a la Virgen de los Llanos para implorar su protección.

Aquellas ferias han cambiado al compás de las revoluciones tecnológicas y de las formas de vida. No tiene sentido elegir la mejor de las ferias. Sí podemos buscar los elementos comunes. Yo destacaría la importancia de la interacción humana en un clima cordialidad propiciado por esa visión trascendente encarnada en la Virgen de los Llanos. “Amar y ser amado” es la necesidad fundamental de las personas en cualquier época de la historia.

La Tribuna de Albacete, 99/99/2024