Quien esté interesado en ver lo que ha hecho la Iglesia Católica a lo largo de la historia debería fijarse en los santos. No han faltado católicos nominales que cometieron las atrocidades condenadas por la Iglesia. Pero son los santos, quienes encarnan los auténticos valores cristianos. Las virtudes que siembre un santo siguen dando frutos muchos años después de su muerte.
Acaba de estrenarse la película de Alejandro Monteverde “Una
mujer italiana”. Allí se documenta la vida y obras de la Madre Cabrini
(Lombardía, 1850; Chicago, 1917). Pío XII la canonizó a mediados del siglo
pasado y la propuso como patrona de los emigrantes y ejemplo de cómo debieran
ser tratados. Cabrini, oyó que las necesidades más acuciantes de la época estaban
en Nueva York donde los italianos emigraban por miles y vivían en unas
condiciones infrahumanas. Y allí se fue.
La situación que encontraron en “Little Italy” las misioneras
del Sagrado Corazón era todavía peor de la descrita. Un caldo de cultivo de los
peores vicios y delitos: robos, violencia, prostitución… Pero, ¿qué podían
hacer unas sencillas monjas católicas en un país que solo aseguraba el éxito a
los WASP (Whiteman, Anglo-Saxon, Protestant). Empezó por crear centros para la
educación infantil y profesional. Siguieron orfanatos y hospitales. El ”imperio
Cabrini”, conseguido a base de donativos, se comparó con el de Vanderbilt y Rockefeller.
La diferencia es que las monjas trabajaban sin cobrar e invertían los
beneficios en emigrantes.
Madre Cabrini es una precursora de la más conocida Madre
Teresa de Calcuta. A ésta le dijo un periodista: “Lo que usted hace cada día yo
no lo haría ni por todo el oro del mundo”. Su respuesta: “Tampoco yo. Esto solo
puede hacerse por amor a Dios. Él nos ayuda a ver a los pobres como hermanos
que comparten nuestra misma dignidad”.