Seguimos hablando de Venezuela. La semana pasada advertimos
cómo, desde su llegada al poder en 1999, la Dictadura Bolivariana destruyó una
democracia que había avanzado por la senda de la constitución liberal de 1961. Hoy
explicaremos cómo esa misma dictadura destruyó la economía de uno de los Estados más ricos del mundo en recursos naturales.
El primer paso del gobierno chavista fue la
nacionalización de importantes sectores de la economía, la politización de las
empresas públicas resultantes, y la utilización de sus ingresos como medios de
financiación gubernamental. Resultado inevitable: el aparato productivo de la
economía se hundió. El mejor ejemplo lo suministra la petrolera PDVSA, otrora
la joya de la corona. ¡La empresa de “oro negro” entró en pérdidas! ¡El país
con mayores recursos petroleros hubo de importar gasolina!
Cuando los recursos financieros provenientes de PDVSA no
bastaron para financiar los dispendios del Gobierno, éste obligó al Banco
Central de Venezuela a imprimir más y más bolívares. El resultado no podía ser
otro que la inflación y la hiperinflación. En diez años la inflación pasó de
dos, a tres y cuatro dígitos (más del 1000%). ¿Qué empresario se atreverá a
producir e invertir con semejantes incertidumbre?
Los agentes del régimen argüirán que tales desajustes
macroeconómicos estaban justificados por los avances sociales. La evidencia
demuestra lo contrario. El venezolano medio ha de sobrevivir con 0,15 dólares
al día. De 1999 a 2019, la pobreza
extrema subió del 19% al 61%. Hoy día, la revolución bolivariana no puede
garantizar ni siquiera la educación infantil. La emigración parece ser la única
solución digna. Siete millones de venezolanos lo han hecho.
Aviso a navegantes. Estos son los efectos de la organización
de una economía y sociedad desde arriba, por gobiernos que solo pueden
sobrevivir haciéndose cada día más autoritarios.
La Tribuna de Albacete (27/01/2025)