A mis alumnos de primero de Economía suelo sorprenderles
con esta pregunta. ¿Cuándo les parece que en Europa se trabajaban más horas al
día? ¿A inicios del siglo XX o ahora? Respuesta: “Aproximadamente las mismas.
La población activa se ha doblado y la jornada laboral se ha reducido a la
mitad”.
Imagino que la noticia será del agrado de Yolanda Díaz
que desea pasar a la historia como la ministra-maga que redujo la semana
laboral de cinco a cuatro días sin tocar el salario. Lo que la Ministra debe saber
son las condiciones necesarias para que tales medidas no hundan a la economía.
La primera es que las apliquen las empresas en su
competencia por atraer a los mejores trabajadores. No que las imponga el estado
sin escuchar los apuros de los empresarios que compiten con empresas
extranjeras. La segunda condición es que la economía haya experimentado un fuerte
incremento de la productividad. Solo entonces las empresas pueden aumentar el
salario real sin menoscabar sus beneficios, de donde salen la inversión y el
empleo. La tercera, que la economía mundial esté atravesando una larga ola de
prosperidad. Eso ocurrió entre 1995 y 2005, de 1950 a 1973 y en los “felices
años veinte” que inspiraron a Keynes.
De faltar estas estas condiciones, hemos de esperar que
quiebren algunas empresas y el resto reduzca su actividad. Los trabajadores estarán
menos estresados. Los parados (en alza) más angustiados. ¡Ojo! Que nadie se
sorprenda si prolifera el trabajo a destajo. Los empresarios permitirán a sus
empleados que se acerquen a la oficina cuando deseen, pero solo les pagarán por
los resultados que presenten.
Para su conocimiento, Sra. Ministra. Lo más parecido a la
magia económica es el aumento de la productividad laboral, algo de lo que pocos
hablan.