Navidad y paz son palabras que suelen aparecer juntas, hasta riman. Ya en la primera Navidad, los ángeles cantaron: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra al hombre paz”. En su discurso de despedida, tras la última cena, Jesús recordó su regalo más preciado: “La paz os dejo, mi paz os doy”. Y añadió una misteriosa coletilla: “no os la doy yo como la da el mundo”.
La paz que nos trae Jesús es algo
más que la ausencia de guerras. La paz exterior es muy necesaria, pero él quiere
regalarnos algo más profundo y duradero: la paz interior. Algo que nadie ni
nada podrá sustraernos pues surge de la certeza de ser hijos de Dios. Ese es
precisamente el significado de Enmanuel: Dios con nosotros.
Tampoco se trata de la paz del
desierto o del cementerio, la que resulta del aislamiento o del miedo al poderoso.
La Biblia insiste que la paz se fundamenta en la justicia y requiere un
esfuerzo continuo por nuestra parte. Jesús no llama bienaventurados a los que
duermen en paz sino a los que trabajan por la justicia y la paz, siendo justos,
misericordiosos y pacíficos.
Alguno de mis lectores estará
pensando que la guerra ha dejado de ser un problema en Occidente. ¿Seguro? Lo
mismo decían los europeos hace un siglo y en los treinta años siguientes se masacraron
en dos guerras mundiales. Otros presumen de haber aprendido a dirimir las
diferencias políticas en sede parlamentaria. ¿Se refieren a ese hemiciclo donde se libran
las más escandalosas peleas de gallos? ¿Y qué diremos de la violencia familiar?
Levante la mano quien no tiene problemas de convivencia en su hogar.
Nuestro propósito para el 2021 debiera apuntar al cultivo
de la paz interior y la paz en nuestro entorno. La necesitamos más que nunca.
La Tribuna de Albacete (4/01/2021)