La politización creciente de todos los
ámbitos de nuestras vidas es un síntoma claro de degeneración democrática.
Acabará con el Estado democrático de Derecho y los derechos fundamentales que han
hecho posible la civilización. A la vista de todos está la fractura “izquierdas/derechas”
en el poder judicial. Pero no se piensen que la intromisión que las instituciones
políticas son las únicas afectadas. La fractura se proyecta también a las
esferas más íntimas de la persona humana como la espiritualidad y la religión.
Lo acabamos de ver tras la muerte del Papa Francisco. La única cuestión
relevante parecía ser: “¿Era un papa de derechas o de izquierdas?”. El debate subirá
en decibelios durante el cónclave para elegir al nuevo Papa.
Un símil futbolístico ayudará a
entender la sinrazón del virus politizador. Si, este curso, el Real Madrid no
es capaz de ganar un solo trofeo, el entrenador tiene los días contados. Madridistas
(y antimadridistas) atrapados por la moral de lo políticamente correcto, exigirán
que el cargo le corresponde a una mujer de extrema izquierda. Sus conocimientos
teóricos y prácticos sobre el fútbol resultan secundarios.
¡Perdona, Señor, a estos aprendices de políticos
porque no saben lo que dicen! La religión, como las matemáticas o el fútbol escapan
a los estrechos márgenes del juego político. La cualidad más valorada de un
papable debiera ser su conformación con Cristo para poder conocer y aplicar la
esencia del mensaje evangélico: “Amar a Dios sobre todas las cosas y amar al
prójimo como él nos enseñó”. Corresponde al Papa proponer y secundar las obras
de misericordia que la Iglesia desarrolla en todo el mundo según las
necesidades y carismas de cada época. Levantará,
además, la tarjeta roja cuando se vulneren colectivamente los mandamientos
básicos, a saber, no matar, no robar, no mentir.
En el plano sociocultural, podríamos
añadir otro precepto: “no politizarás la religión”.
La Tribuna de Albacete (28/04/2025)